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viernes, 19 de agosto de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 21 de Agosto, Vigésimo primero del Tiempo Ordinario

DOMINGO VEINTIUNO DEL TIEMPO ORDINARIO

A Jesús le preguntan quienes son los que van a salvarse, pero él no les da una respuesta fácil, no les dice haced esto y esto, para poder pasar a la vida eterna, sino que les indica que no existen unos salvados oficiales. Él está hablando a una gente que pensaba que por el hecho de pertenecer al pueblo de Israel, ya estaban salvados.
Pero hoy nos está hablando a nosotros, a la gente de hoy. Los que más practican, los que más rezan, los que más actos de piedad realizan, no están salvados sólo por eso.
En la línea de la semana anterior, Jesús no se conforma con la tibieza, no podemos ser cristianos que adoran a todo lo que se ponga por delante, que rinden culto a cualquier cosa.
Ser cristianos con las cosas claras, sabiendo que la vida eterna es una labor del día a día. Pero no sintiéndonos salvados por eso, como los judíos, sino confiando en la misericordia de Dios, el único que puede salvar.
Pasar por su puerta, por la puerta estrecha, la puerta por la que sólo cabe el amor y la misericordia. La puerta por la que no caben los bultos de rezos y devociones vacías. La puerta por la que no caben “los de siempre”, sino los que siempre han amado.
Quedarse fuera quien siempre tiene a Dios en los labios, pero no en su vida. Quedarse fuera los que juzgan con fiereza los defectos del hermano, pero nunca mira en su propio interior, en los rincones del alma. Quedarse fuera los que se confiesan de sus pecadillos, pero nunca quieren hacer examen de conciencia porque temen ver un alma egoísta, que sólo se ha adorado a si mismo y ha adormecido la conciencia con “caridades”.
Luchar por entrar por la puerta estrecha. Y para caber por esa puerta hay que liberarse de toda la morralla religiosa. No es cuestión de “ir a misa”, sino celebrar la eucaristía como la fiesta de la fraternidad con el hermano, en este Dios que se nos hace presente. No es cuestión de llenar el día de “rezos”, sino de una oración que me mantiene unido al hermano y con él a Dios. No es cuestión de “caridades”, sino de compartir con el hermano que nos necesita lo que somos y tenemos.
Si queremos caber por la puerta estrecha, si queremos ser reconocidos como los de Cristo, lo tenemos muy fácil. Recuperar la belleza con la que salimos de las aguas bautismales, darnos enteramente al amor y a la misericordia, y dejarnos confiados en las manos de Cristo. Pues él es el único Salvador, el único autor de vida eterna.
Así, pues, tenemos que elegir la puerta estrecha que nos enfrenta con nuestra propia conciencia. La entrada en el Reino no es más difícil para unos y más fácil para otros. Es tan fácil o difícil como la vida misma de cada uno, con sus aciertos y sus errores, con sus grandezas y sus miserias. La puerta del Reino de Dios es la misma vida que debemos construir paso a paso, mejorándola y corrigiéndola, dejándola llenarse del Espíritu, en el día a día. No es cuestión de pensar si uno se va a salvar o no, sino vivir como salvados, llenos de la misericordia de Dios. Haciendo de nuestro vivir una ofrenda a la misericordia de Dios, junto al hermano.

Santiago Rodrigo Ruiz

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