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sábado, 6 de agosto de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 7 de agosto, Décimo Noveno del Tiempo Ordinario

DOMINGO DIECINUEVE DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, un funeral muy especial. En aquella zona los entierros eran acontecimientos sociales. El velatorio era la noche entera todos los vecinos y el entierro acompañado por todos, a la iglesia y al cementerio, a donde se le llevaba el ataúd en hombros. Pero murió el Tío lobo (su apodo era más feo aún). Nadie recordaba ni una palabra amable de él. Echó de su casa a sus hijas y a su mujer, que se fueron del pueblo y cuando quisieron verlo, en varias ocasiones, no las recibió. Murió solo y el funerario tuvo que contratar a dos jóvenes para que le ayudaran, no hubo ni una persona para llevar la cruz, fui yo solo. Echaron el ataúd a un remolque tirado por un tractor y fuimos para la Iglesia y en la puerta me dicen: .-D. Santiago, récele lo que quiera aquí fuera, que no lo vamos a pasar dentro, que a este… le hemos hecho muchos más honores de los que se merecía-. Montaron y se fueron al cementerio, mientras veía como el ataúd rebotaba solo en la caja del remolque.
Y pensé que vendrían sus hijas y su mujer, a las que odiaba y, como herederas legítimas, se harían de todo, como así fue. Había acumulado dinero sólo para él, odió a todos y ese odio fue lo único que se llevó.
Con lo fácil que es acumular un tesoro de autentico valor, de un valor incalculable. Un tesoro que nadie nos va a poder quitar. Ese tesoro del que nos habla el Señor.
Una mano generosa tendida a aquel que nos pide una ayuda, compartiendo esos bienes que Dios nos ha dado para que los administremos en su nombre y los convirtamos en caridad y alegría.
Una sonrisa que sea bálsamo en tantos corazones tristes y vacíos que hoy deambulan por esta sociedad materialista que hemos creado.
Un compartir y acompañar a aquel que está pasando un momento de dolor y oscuridad. Ser compañero comprensivo y fiel, para que el otro no se vea solo. Ser la mano y el calor de Jesús para que salga de ese túnel, de esa noche oscura en la que vive, y salga lleno de esperanza.
Tener la Palabra de Dios como instrumento de apertura, para que todos los que han perdido el sentido a la existencia, encuentren una razón sólida y válida para andar por la vida.
Esto si que es acumular un tesoro, que no sólo nos hace ricos de verdad, sino que podemos enriquecer a todos aquellos que nos rodean.
Me vais a permitir que termine con una anécdota. No hace mucho fui a visitar a mis queridas Hijas de la Caridad y me quedé ayudando en el comedor social que tienen en esa casa. Vi que me llamaba un señor, que ayudaba y era distinto y me dice: .-Padre, que sentido del humor que tiene Dios. He sido un empresario de los muchos que quedaron sin nada. En mis buenos tiempos las hermanas me pidieron ayuda y siempre la negué. Cuando me hundí del todo me trajeron aquí, me dieron un techo, comida e ilusión. He recuperado gran parte de mi dinero, pero ya no puedo prescindir de esto, ahora sé en que gastarlo-. Cuando terminó el último turno nos sentamos nosotros a comer y habló mucho tiempo. Ahora si que es rico de verdad, ahora es cuando tiene un tesoro que ni la polilla corroe, ni los ladrones le pueden quitar. Su corazón si que está bien blindado, lleno del amor que da y del que recibe, sus bienes tienen un fin digno, sembrar alegría en los tristes y esperanza en aquellos que no saben que es eso.

Santiago Rodrigo Ruiz

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