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domingo, 12 de junio de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 12 de junio, Undécimo del Tiempo Ordinario

DOMINGO ONCE DE TIEMPO ORDINARIO
Es curioso, tenemos el sacramento de la Penitencia, ese constante regalo de Dios, esa nueva oportunidad de volver a su amistad. Él borra todas nuestras ofensas, no las disimula, no las archiva en un sitio secreto. Las borra definitivamente, las elimina. Sin embargo, nuestra conversión, nuestra renovación de personas nuevas rara vez se da. Pero Dios se deja “engañar una y otra vez.
Él sabe de qué barro estamos hechos, sabe de nuestros fallos, de nuestras debilidades. Sabe que volveremos a caer una y otra vez. Pero basta vernos compungidos, con la cabeza baja acercarnos al confesionario, para borrar todo el mal que hemos hecho, para que podamos comenzar de nuevo con alegría, para que podamos volver a caminar con él, felices a su lado.
David cayó una y otra vez, supongo que la mujer del Evangelio también caería más veces, pero Dios la perdonó, y la perdonó porque amaba.
Porque hay una cosa por la que Dios no pasa, cuando un corazón se olvida de amar. Entonces, como diría el profeta, se va volviendo de piedra, ya no se plantea el arrepentimiento, ya no suplicará el perdón, se va convirtiendo en una isla solitaria en un mar vacío.
El amor, a Dios y al prójimo, va a ser siempre mucho más fuerte que el pecado. Ese amor va a ser el que nos va a golpear con dureza en la conciencia, va a ser el que nos haga sangrar el alma ante el mal inferido al hermano. El amor va a ser el que se va a resistir a estar fuera de Dios, alejado de Él y no consentirá la soledad del alma. Ese amor va a buscar la reconciliación, el nuevo abrazo buscando que sea definitivo.
“Mucho se le perdonó, porque mucho amó”. Ese amor le dejo abiertas las puertas al corazón de Dios, y desde el corazón de Dios al corazón de todos los hermanos. El corazón que ama, a pesar del pecado, no puede estar mucho tiempo solo.
Por eso, recordando a aquella persona, veo como Dios se deja tomar el pelo, casi con alegría, por todos aquellos a los que el demonio ha querido arrebatarlos.
Es como si dijera: “.-¿Pero donde vas tú solo, no sabes que sin mi y sin los hermanos no sabes ni andar? Anda, acércate al perdón que te regalo por medio del ministerio de la Iglesia. Vuelve a esta comunidad donde eres amado y donde amas para volver a ser dichoso-.”
Por eso San Pablo dirá en la segunda lectura, que sólo se siente persona unido a Cristo, cosido a Cristo. Donde su carne comienza a ser gloriosa y la cruz ya sólo se manifiesta como signo maravilloso de amor. De un amor que no se encontrará en ninguna otra parte y de ningún otro modo. Sólo se vive si se vive en Cristo, que sólo se respira si se respira el viento del Espíritu, que sólo se puede sentir uno fraterno si lo hace con los hermanos en el corazón del Padre.
Si observamos la liturgia de este domingo, vemos como navega en una misma dirección: Dios nos ama, no porque seamos justos y santos, eso es lo que quiere para nosotros, sino precisamente porque somos pecadores y nos reconocemos como tales.
El perdón de nuestros pecados es la señal más clara de que el reino de Dios ha llegado a nuestros corazones. Que el cielo nuevo y la tierra nueva ya es una realidad. Un mundo en el que la misericordia es la reina de las relaciones entre los hermanos.

Santiago Rodrigo Ruiz

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