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viernes, 13 de junio de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 15 de junio (Festividad de la Santísima Trinidad)

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Recuerdo en una ocasión en que me tocó ser árbitro en una desavenencia matrimonial. Era una pareja joven en la que ella decía que no se sentía comprendida ni amada. Él le decía: .-¿Pero qué más puedo hacer? Te he dado todo lo que tengo; mi tiempo, mi trabajo, mis ilusiones, mis gustos y mis alegrías, no tengo más que darte, te he dado mi vida-. Naturalmente aquello se arregló, hace poco cené con ellos que seguían discutiendo sobre el modo de educar a sus nietos pero se les iluminan los ojos cuando se miran.
Esto viene a cuento en este Domingo de la Santísima Trinidad. ¿Qué más puede darnos Dios? Se nos da en la paternidad, en la creación salida del amor infinita del Padre que siempre pensó en nosotros.
Se nos da en el Verbo encarnado, en Dios hecho hombre, en Cristo Dios con nosotros, amor que no escatima entrega ni sufrimientos para arrancarnos de las garras del pecado, y por consiguiente de la muerte. Que no rechaza la cruz para, al mismo tiempo llevar las nuestras, cargar con nuestros pecados para que podamos ir ligeros al amor a él y al hermano, y con él al gozo personal más pleno. Rompiendo la muerte para ir con Él hacia la eternidad.
Se nos da en la fuerza del Espíritu Santo. Ese fuego de amor que aviva todo nuestro ser. Ese aire que posibilita que nuestra alma pueda respirar a pleno pulmón. Ese aire que no pasa de fortalecer y renovar la sangre de nuestro espíritu. El espíritu defensor que nos cubre con su sombra para ser parapeto ante el pecado y la muerte, que siempre van a querer nuestra destrucción, pero que va a tropezar con El Defensor, el Espíritu de la vida.
Dios uno y trino. Dios misterio de amor, porque el amor es un misterio, es inexplicable, porque el amor siempre es insondable, es la generosidad echa regalo, como Dios, siempre regalo para el hombre, un regalo inmerecido, ya que el amor de Dios nunca lo merecemos, ya que el amor o es un don, o no es amor, es un regalo que hace que Dios no escatime nada para encontrar la felicidad perfecta de todos y cada uno de nosotros.
La Santísima Trinidad no es un motivo para que teólogos eruditos y sesudos lleguen a conclusiones y dogmas. Es el amor inabarcable de Dios, que se hace abarcable para que podamos llegar a Él. Para que podamos mirarlo a los ojos y el decirnos lo que el Padre nos ama, poniéndose a nuestra altura, dándonos su Espíritu para que podamos vivir en comunión con Él.
Como mejor se entiende este misterio inefable es mirando en lo profundo de nuestro corazón y desde él al hermano. Ver que ese nudo que nos atrae y nos ata con la fuerza más potente a la Vida no es sino la presencia creadora del Padre, dueño de la vida y que nos la da como el culmen de su obra la persona de su Hijo, Dios que participa de nuestra existencia. Cristo que nos encomienda la transmisión de su mensaje al resto de los hombres, en todos los lugares y en todos los rincones de la historia. Y para que no desfallezcamos en la empresa nos entrega al Espíritu Santo, el compañero, el consolador, el que nos da en cada momento aquella fuerza y aquella palabra que precisamos.
Dios Trinidad de amor en un lazo de amor, ya que sólo si participamos en ese nudo del Padre en el Hijo y con el Espíritu Santo, podemos introducirnos en esa familia de amor. Ser uno con ella, en la asamblea de sus santos, que caminan con túnicas de luz a su encuentro, al encuentro de la dicha verdadera.

Santiago Rodrigo Ruiz

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