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martes, 30 de diciembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del día de Santa María Madre de Dios (1 de enero) - Jornada de Oración por la Paz

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
JORNADA DE ORACIÓN POR LA PAZ

Unir el nombre de María y el de Paz, es algo que tiene una lógica casi necesaria. porque María es la Madre de Dios, es la Madre de Cristo, es la Madre del Príncipe de la Paz.
Eso fue lo que motivo, el que hace muchos años, el Papa Pablo VI uniese el nombre de la Madre de Dios al de la Paz el primer día del año.
Santa María, Madre de Dios, fue proclamada en el siglo V por el Concilio de Éfeso. Y eso porque algunos lo cuestionaron, afirmando que Dios no puede tener Madre. Cuando la Iglesia fue consciente de esta afirmación se horrorizó, porque negarle a María la maternidad divina era negar que Cristo fuera Dios, era negar que Dios, desde el vientre bendito de María, se hubiese hecho hombre, era negar que el Hijo de Dios participase de nuestro barro, fuese uno de nosotros. Era, en suma, negar que la redención y la misericordia de Dios hubiesen llegado a nosotros.
Y la Iglesia fue consciente de otra cosa, tan horrible como la anterior. Que María, al no ser la Madre de Dios no era madre nuestra, que nos faltaba esa caricia de divina, ese calor de Dios Padre, esa ternura de una madre que nos acoge como hijos al pie de la cruz, de un corazón tierno que nos ama desde la presencia de Dios, desde el trono de la misericordia, donde la Trinidad Santa derrama sobre nosotros la fuente inagotable de sus gracias.
Por eso la Iglesia reaccionó con fuerza, y se reunión en concilio, la forma más solemne que tiene de reunirse, para proclamar que Santa María es la Madre de Dios. Y el pueblo que esperaba expectante, la cristiandad entera que miraba hacia Éfeso, gritó con todas las fuerzas de su alma: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.
Y la Iglesia volvió a recuperar la paz, la paz más hermosa, la paz que sale de las manos de Dios y que María nos transmite. La paz, la auténtica paz.
Porque la paz de Dios no es el intervalo entre dos guerras. No es el silencio de los más débiles sometidos por los poderosos. No es el abotargamiento al que nos somete esta sociedad de consumo.
La paz de Dios tiene como base la justicia, pues no puede haber paz cuando unos hombres someten a otros hombres. No puede haber paz cuando unos pocos se permiten despilfarrar ante una mayoría que pasa hambre. No puede haber paz cuando a tantos hombres se les niega el acceso a la educación y a la cultura. No puede haber paz cuando los más pobres y débiles son explotados por otros que carecen de la más mínima humanidad.
La paz de Dios siempre es acompañada por la libertad, por ese don divino que nos acerca a Él, que nos hace su imagen y semejanza. Tampoco puede haber paz cuando cada persona no puede vivir libremente sus ideas, sus sentimientos. Cuando no puede manifestarlos libremente. Cuando se le dictan modos de pensar y de sentir. La libertad que Dios nos da para que podamos vivir junto a Él mirándolo a la cara, caminando libremente en su compañía.
Paz, Justicia y Libertad, son tres expresiones de una misma cosa, se necesitan para poder existir, y si una de ellas falta, desaparecen las tres.
Por eso nos alegramos de proclamar a Santa María, la Madre de Dios, la Reina de la paz, la que se acerca a nosotros con el calor de un Dios que nos quiere con tal intensidad que no lo podemos ni imaginar.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 26 de diciembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 28 de diciembre, Fiesta de la Sagrada Familia

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

La profecía del anciano Simeón no le deja lugar a dudas a María de cual va a ser su vida, de lo que le espera, de quien es ese Niño que ellos portan en sus brazos. Y aunque el evangelio no dice nada, es seguro que José lo escuchaba perplejo, esa perplejidad que lo acompañaba desde la revelación del ángel.
Sin embargo volvieron a su casa dispuestos a ser felices, una felicidad que sabían no exenta de dificultades, pero se sabían en las manos del Padre que tenía para ellos un plan perfecto, e iniciaron su vida, la de cualquier familia pobre de aquel tiempo. José como cabeza de familia, una familia en la que uno de sus miembros era el mismo Dios. María, como cualquier mujer judía, llevando el hogar en todos sus aspectos. Jesús creciendo en estatura, gracia y sabiduría ante Dios y los hombres.
Pero una familia, reflejo de todas las familias, donde todos debemos mirar, no por sus miembros sino por su entrega y confianza en el plan que Dios les había marcado desde antes de los tiempos. Y, sobre todo, unidos en el amor.
Ese es el nexo de todas las familias, ese debe ser el nexo de todas las familias, el amor. Pero no un amor ñoño que todo lo permite, sino un amor de verdad, un amor constructivo, educador, engrandecedor de todos y cada uno de sus miembros. Donde son una piña, pero con su individualidad en cada uno.
Por eso, desde siempre, los políticos y los poderosos siempre han querido manipular a la familia, y si no pueden hacerlo, destruirla. Como estamos viendo en estos momentos, tanto desde la derecha como desde la izquierda. Con la familia no pueden, ante ella se estrellan las normas y las leyes. Con ella topan los programas. Es por lo que los políticos quieren su desmiembre, su desaparición, su eliminación. Para ello no dudan, sin los menores escrúpulos, en presentar otros modos de familia que atentan a lo más profundo de su misma naturaleza.
Y es que una familia, normal y corriente, es demasiado fuerte para poder abatirla. En una de mis parroquias anteriores había una familia en la que los tres hijos tenían muy serios problemas de droga. Los padres, buenísimas personas, luchaban como podían. Un día hablando con el padre me dice: .-Si lo se, señor cura, pero no puedo enviar a mi hijo a la cárcel, sabiendo lo que le espera-. Murieron pronto, y tras la muerte del tercero, cuando fui a hacer una oración ante el difunto, el padre me abrazó llorando y me decía: .-Ahora si son mis hijos realmente libres-.
La familia cristiana ha de ser reflejo de la Familia de Nazaret. No en sus miembros porque es imposible, pero si en su entrega y su confianza en el plan de Dios. Familias orantes, pero de una oración que sea reflejo de un estilo de vida como Cristo lo marcó, desde el espíritu de las bienaventuranzas. Educadora pero no conductora de sus miembros, que actúen en libertad, pero conociendo la verdadera libertad. Apoyadora de sus miembros, pero no condescendiente con los errores. Comprensiva pero no indiferente, especialmente cuando alguno, o algunos de sus miembros quiere minar los valores que la sostienen. La familia cristiana es una familia luchadora y solidaria, sin que haya una injusticia que le sea indiferente, sin que haya un sufrimiento que no le duela. La familia cristiana no se deja manipular por las corrientes de moda. Tiene un criterio, el de José que renuncia a ser él para que Cristo sea totalmente, el de María, cuyo corazón es un estuche para guardar las gracias que surgen de su Hijo Jesús.

Santiago Rodrigo Ruiz

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del 25 de Diciembre, Natividad del Señor

NATIVIDAD DEL SEÑOR

Cuando veo todo lo que se monta para estas fechas; adornos, conciertos, parafernalia, misas solemnísimas, etc., y no quiero decir que esto esté mal. Porque no me refiero al consumo alocado, a la paganización de este evento, ni a la frivolización de este acontecimiento que recordamos. Pienso en qué tendrá que ver con lo que aconteció en aquel Belén de hace más de dos mil años.
Porque allí lo que sucedió fue algo muy distinto. Porque en aquel rincón de Belén el Creador y Señor del cielo y de la tierra se abaja para redimir al hombre desde su mismo barro, se hace criatura para que las criaturas puedan mirar a su Señor cara a cara, puedan hablar con él con sus mismas palabras, ya que el que ha nacido es la Palabra de Dios, la comunicación de Dios hacia nosotros.
Es el abrazo más perfecto que se pueden dar el cielo y la tierra. Este pequeño punto, casi imperceptible, se convierte en el centro del cosmos. No porque sea el mayor, ni el eje, sino porque su autor, su Señor, duerme en un pesebre.
Fue una bellísima idea la de San Francisco de Asís el representar de una forma plástica el nacimiento de Cristo. Es una hermosa y recomendable costumbre el hacer los belenes en cada casa, en cada sitio. Ver la humanidad de Jesús de una forma enternecedora y recrear aquel momento. Pero sería un gran error el llegar a pensar que en esa escena se ve todo.
Porque en la humanidad de ese niñito, ese que acurruca su madre María, ese que los pastores adoran, ese al que cantan los ángeles y al que le traen ofrendas los magos, ese que nos hemos acostumbrado a ver desnudito. Ese es el Señor de lo creado, ese es nuestro redentor, ese es el que quiere abrirnos las puertas de su eternidad, porque él es eterno, ese nos va a arrancar de las garras del pecado, va a eliminar el poder de la muerte. En la fragilidad de ese pesebre se concentra todo el poder de la divinidad.
Por eso esa noche es santa. Por eso los ángeles, supongo que desconcertados, alaban y cantan a su Señor. Claman a todo el universo el acontecimiento, pero nos recuerdan que ese corazón está desposeído de todo poder material, porque lo ve como un freno, y sólo desde la pobreza se encuentra a este Dios que nos ha nacido. Desde el desprendimiento de lo material que embrutece, se ve lo más profundo desalma del hermano, como lo ve Cristo que asume esa pobreza en toda su radicalidad, para que la fraternidad con nosotros sea total.
Por eso cuando celebremos la fiesta, hagámoslo bien, no hay mejor ocasión. Pero no desde ese consumo absurdo que divide y separa, sino desde la alegría del que comparte aquellos dones que Dios nos regala. Cantemos y gocemos, pero no desde el peso de nuestras tripas, que no son capaces de digerir tantas viandas, sino desde la alegría de quien acoge al hermano, de quien sabe que sólo si compartes con el necesitado la comida es realmente sabrosa, porque tiene el mejor de los aliños, el del auténtico amor.
Celebremos la fiesta, la Iglesia celebra la fiesta del nacimiento de Cristo, pero con el gozo de quien no se engaña al ver el Belén, sino de quien sabe que es un abrazo, un abrazo de un Dios que se hace hombre, y desde ese momento la humanidad sabe a Divinidad. El hombre acaba de recuperar su cercanía con Dios, aquella que perdió en el primer pecado. El hombre ha recuperado esa intimidad que le permitía pasear con Dios al caer de la tarde. Porque en ese pesebre se está estrenando toda la creación.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 18 de diciembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 21 de diciembre, Cuarto Domingo de Adviento

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

Ya a las puertas de la Navidad la Palabra de Dios se va concretando. Dios quiere estar entre nosotros, ser parte de su pueblo. Y se nos ponen delante dos posturas muy distintas.
David, que se siente todopoderoso, quiere construir un gran templo donde encerrar a Dios, ese lugar al que han de ir todos los que quieran hablar o tener relación con Dios. Pero Él se niega. Le hace ver a David que todo se lo debe, que de un simple pastor lo ha convertido en rey. A Él no se le puede encerrar entre cuatro paredes, su lugar es la totalidad del universo, su lugar es el corazón de todos los hombres, que lo necesitan, que precisan de hablar con Él, de sentir el amor y la cercanía de su Dios.
Por otro lado María. Recibe el mensaje de que Dios la ha elegido desde siempre, desde antes de los tiempos, para ser su Madre, para que el Divino Verbo pusiera su tienda entre nosotros. Ella se asusta, no entiende nada. Desde pequeña le han enseñado que Dios es infinito, que no se le puede abarcar, que cualquier cosa, por muy grande que sea, es infinitamente pequeña comparada con Él. Por eso se desconcierta cuando ese ángel le dice que va a ser la Madre del mismo Dios. Que el Hacedor del cielo y de la tierra va a tomar carne en su seno, que va a ser parte de ella misma. No lo entiende, tanta grandeza la desconcierta y hace lo único que sabe hacer en ese momento, fiarse de Dios y dice “SI”. Sin ser consciente de que ese si suyo cambiaban los tiempos y la historia. Tiempos e historia que van a girar alrededor del fruto de sus entrañas.
Y comienza el milagro, de la debilidad y la pobreza de una jovencita, de la “sierva” del Señor, del sentimiento de esta que se siente la más pequeña de las criaturas, Dios culmina su obra redentora, y hace su entrada en el mundo, un hombre entre los hombres, partiendo del si de una jovencita asustada y desconcertada, de la fe ilimitada de una muchacha que pone en sus manos toda su existencia.
Sin embargo esta llamada no se da una sola vez en la Historia. Se da en los corazones de todos los hombres de los tiempos. Dios sigue llamado para poder encarnarse en nosotros. Ser uno con nosotros, uno de nosotros, que le demos un espacio en nuestra vida, para que pueda comenzar en nosotros la realidad de la vida eterna.
Pero una y otra vez no le dejamos ser Dios, queremos que esté ahí, pero a nuestra manera, domesticado, encerrado en las cuatro paredes del templo. Sin influir en nuestro vivir cotidiano. Como David le queremos hacer un templo maravilloso. Un templo de oraciones, de rezos y devociones, un templo cerrado, muy cerrado, para que Dios no nos moleste, no se inmiscuya en nuestro vivir cotidiano. El dios del cielo, pero que no sea un Dios-con-nosotros, porque entonces tendremos que adecuarnos a su norma, a su ley del amor. Será el que marque nuestro vivir diario para que lo hagamos en un constante amar, un constante perdonar, un constante tener el corazón abierto al hermano.
Tenemos que ser conscientes de que cuando María le dice si a Dios, porque es su esclava. María se pone muy por encima de todas las criaturas de Dios. Ese ser la esclava del Señor, la eleva por encima de todas las potestades del cielo y de la tierra. Y que al mismo tiempo nos marca ese camino a nosotros para hacernos ver que sólo así seremos realmente grandes.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 14 de diciembre, Tercer Domingo de Adviento

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

Los profetas siempre anunciaron la llegada del Mesías, como vendría cambiando todos los valores, trocando un mundo triste y violento en un mundo en paz. Cómo llegará ese mundo nuevo es algo que los profetas no concretan, pero si dicen que será un mundo nuevo y diferente, será el tiempo de Dios.
Juan por su parte afirma que el Mesías ya ha llegado, que el Reino de Dios es una realidad entre nosotros, que no tenemos que esperar, que el cielo nuevo y la tierra nueva se han implantado entre nosotros, que es una realidad que nos envuelve. Aunque sólo podremos verla si miramos con los ojos de Dios, con los valores de Dios.
Vivimos un tiempo difícil en el que no es claro ver ese cielo y esa tierra nueva. La crisis le ha arrancado de las manos a mucha gente algo que pensaban era suyo de un modo irrenunciable.
Una gran masa de gente a la que se le ha quitado el consumo al que se estaban acostumbrando. Buenas casas, coches, vacaciones caras, restaurantes, ropas nuevas constantemente… Y esto se ha trocado en paro, hipotecas impagadas, casas embargadas, carencias y hambre en muchos casos. Tener que pasar del consumo a la caridad ajena. Una realidad en la que más de la mitad de los niños carece de lo elemental, incluso en alimentación. Situaciones en que no se sabe si el techo que me acoge hoy estará mañana. Jóvenes que miran el futuro casi con desesperación, en el que no ven lo que han tenido y en el que se tienen que conformar con una subsistencia más o menos digna.
Es en este momento en el que más se impone un mensaje de esperanza, en el que se necesita ese mundo nuevo. Un mundo distinto en el que el dinero no sea el dueño, en el que el consumo no sea el motor que lo mueva.
Un mundo nuevo en el que la solidaridad sea la que controle la economía, la solidaridad que posibilite que a nadie le falten unos medios necesarios para una vida en dignidad. Una solidaridad en la que los bienes de la tierra, esos bienes suficientes en cantidad, alcancen para expulsar el hambre.
Un mundo nuevo en el que la comprensión y el diálogo sean los conductores en la convivencia. Donde las ideas diferentes sólo sean matices enriquecedores en la construcción de la convivencia diaria.
Un mundo en el que el sufrimiento y el dolor nunca sólo sean causados por las circunstancias que superan las posibilidades humanas. Pero nunca por el odio, el rencor o la violencia que provocan la ambición el deseo de dominar al hermano, nunca sea por el deseo de hacer del hermano un objeto para el beneficio de unos pocos que dominen.
Si queremos hay motivos de sobra para la alegría, como dice S. Pablo en la lectura de este domingo. Sólo tenemos que dejarnos de invadir por el Dios de la paz, que expulse todo tipo de maldad y nos llene de su paz.
Con Cristo llega el reino de la luz. Una luz que ilumine nuestro caminar, que elimine todo tipo de sombras, esas sombras que se oponen a nuestra alegría. Con Cristo llega ese mundo en el que todos podemos, si queremos, trocar en gozo el sufrimiento que atenaza hoy al género humano. Porque estamos en Adviento, esa esperanza, esa preparación al mundo de Dios. Para que seamos más personas, más grandes, más capaces de refundar esta sociedad con las directrices de ese Dios que nunca nos ha dejado solos.

Santiago Rodrigo Ruiz

sábado, 6 de diciembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del la Inmaculada Concepción de María (8 de diciembre)

INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Después de siglos de disputas teológicas, los sabios de la Iglesia llegaron a la conclusión que el pueblo proclamaba desde hacía muchos, muchos siglos. Que la Virgen María no conoció el pecado jamás, que fue limpia de toda m ancha desde el mismo instante de su concepción. Y eso es algo que debe celebrarse por todo lo alto, con la mayor de las solemnidades.
Una vez hablando de ese tema una persona me dijo que eso era sólo una suerte, o un privilegio para ella, para la Virgen María, pero a nosotros ni nos iba ni nos venía. Yo le dije que precisamente lo que celebrábamos no era sólo ese privilegio de la Madre de Dios, era el triunfo del género humano, un triunfo de todos los hombres de la historia, desde el principio hasta el final de los tiempos.
Porque gracias a esa inmaculada concepción, Dios tuvo un lugar limpísimo para hacerse hombre, para compartir nuestra humanidad, para iniciar nuestra redención, para abrirnos todos los caminos que el pecado había cortado para relacionarnos directamente con Dios.
Porque gracias a esa inmaculada concepción, nosotros salimos limpios en el bautismo, tan limpios como la Virgen Madre. Podemos estrenar una nueva vida en la que nos podemos llamar hijos de Dios y que, a pesar de la suciedad que el pecado va a echar sobre nosotros, nunca se nos cerrarán los brazos amorosos del Padre.
Porque gracias a esa inmaculada concepción el ser humano es elevado por encima de todas las cosas de la creación, es puesto a la altura de Dios y de ser hermanos de Cristo, hijos de Dios en el Hijo de Dios. Cuando todos los hombres estrenamos una Madre, donde jamás seremos huérfanos, donde nunca nos faltará el calor de una Madre.
Porque gracias a esa inmaculada concepción, ella, la  Virgen María, en su asunción a los cielos, no abre el camino al cielo, donde ya hay un corazón humano, amado de Dios y amando con Dios a todos los hombres. En el cielo hay calor humano, nuestra fragilidad enaltecida.
Porque gracias a esa inmaculada concepción nuestros corazones están abiertos a la esperanza, siempre tendremos, aún en los momentos más oscuros, un motivo para sonreír, una ilusión siempre por estrenar. Porque en los ojos tiernos de María, en su limpísima mirada, Dios nos ve a todos sin el sucio velo de la culpa. Porque en ella vemos el modo de amar sin límite, perdonar sin mirar la ofensa recibida, acoger con los brazos abiertos sin mirar quien es el que se acerca a nosotros.
La Inmaculada Concepción de la Virgen María no es celebrar ese privilegio con que Dios la adornó a Ella. La Inmaculada Concepción es la fiesta, vuelvo a repetir, del triunfo del ser humano sobre el mal y la muerte. Es disfrutar con María de esa senda que nos acerca unos a otros, que nos hermana por encima de todo tipo de diferencias.
Por eso celebremos la gran fiesta de María. Que se adornen todas las iglesias y que suenen todas las campanas. Mostremos a la Madre como la primera de nosotros. Que vaya delante de nosotros en nuestra peregrinación por este valle de lágrimas. Que nos anteceda como bandera en nuestro andar hacia la eternidad. Porque cuando el Padre vea a María delante de todos le será imposible cerrarnos los brazos en su abrazo de amor infinito.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 4 de diciembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 7 de diciembre, Segundo Domingo de Adviento

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

El poeta indio R. Tagore escribe un aforismo que dice: “Cada día que amanece es una sorpresa para el mismo Dios”. O lo que es igual, que Dios nos hace estrenar la vida en cada instante, no quiere nada viejo, nada caduco que sólo retiene y cuyo fin es la podredumbre.
Adviento es recordarnos que todo es constantemente nuevo. Veo que hay como un entusiasmo diferente, las palabras del papa Francisco parece como si todo se estrenara. Pero la Iglesia siempre se está estrenando y recuerdo los papas de mi tiempo. Aquel Pío XII de mi infancia que dijo que nada de ayunos que impidieran la comunión y lo redujo a unas horas para que se pudiera recibir el Cuerpo de Cristo a todas horas del día. El santo Juan XXIII que lo descolocó todo y abrió las ventanas de lo más profundo de la Iglesia convocando el Concilio Vaticano II. Tras él el gran Pablo VI que terminó el Concilio y trajo la mayor renovación de la Iglesia en los últimos siglos. Aquel pontificado breve de Juan Pablo I pero que nos llenó a todos de sonrisas. El largo pontificado de Juan Pablo II que rompió fronteras. El valiente pontificado de Benedicto XVI que ha barrido la Iglesia de todo tipo de sombras y mezquindades y al que poca justicia se le ha hecho. Es decir una Iglesia siempre en renovación, siempre con el aire fresco del Espíritu Santo que “renueva la faz de la tierra”.
Pero ¿y nosotros? ¿Cómo está nuestra renovación? ¿Cómo está ese estrenar constantemente la vida, esa esperanza que debemos llenar de aires nuevos en cada instante? ¿De qué forma vemos con ojos nuevos estos momentos que vivimos y que no se salen del plan de Dios?
Aunque para vivir la vida nueva de Cristo es preciso limpiarla de toda la suciedad que la llena y que en tantas ocasiones nos tiene lastrados al pasado.
Eliminar los viejos rencores que nos han apartado de las personas, para poner en su sitio una ilusión nueva, una comprensión que nos permita mirar a todos a la cara con la alegría de quien está viendo a un hermano.
Eliminar esas envidias que han limitado que pongamos en marcha la inmensa fuente de nuestras capacidades y potencialidades. Ese poder construir con nuestras fuerzas y apoyarnos en las capacidades de los otros, no como rivales, sino como cooperadores en la construcción de un mundo mejor.
Eliminar los radicalismos que impiden que veamos que en los otros también hay verdad, que puede enriquecer nuestra verdad. Y los dos juntos caminar hacia la única verdad que es Cristo, donde todo tiene su base.
Adviento es el tiempo de abrir las ventanas del alma a ese aire nuevo. Un aire que brota de las pajas de Belén, que pasando por la Cruz nos lleva a la alegría de la Pascua.
Adviento es esa luz nueva que elimina las sombras. Esas sombras en las que queremos esconder nuestro pecado, sin darnos cuenta que Dios nos quiere así, que la cruz de Cristo es la fuerza que elimina los pecados y llena de luz hasta los recovecos más profundos de nuestro espíritu.
Siempre tiempos nuevos, siempre Adviento, siempre ilusiones que nos hagan caminar hacia delante rellenando los fosos y eliminando los cerros, para poder pasar a pie llano, como dice el Bautista, a ese encuentro con Dios que viene a nosotros. Adviento voz nueva que grite a todos los tristes y desesperados que ha llegado el tiempo de la ilusión para todos.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 27 de noviembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 30 de noviembre, Primer Domingo de Adviento

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

En un momento Dios construyó una casa, a la que dotó de todos los medios y comodidades, la amuebló de una forma maravillosa, y le encantó. Pero no le gustó porque estaba vacía. Entonces creó a unos seres casi perfectos, a su imagen y semejanza, a los que dotó de inteligencia y libertad, y les alquiló la casa sin renta pero con condiciones.
Todos tenían derecho por igual a todos los medios de la casa, nadie podía acaparar nada para sí exclusivamente, cada uno tenía derecho a tomar sólo lo que necesitaba para vivir, pues había de sobra para todos. Y luego llevarlos a todos con Él a la gloria definitiva.
Sin embargo los inquilinos consideraron que la casa era suya, y los más fuertes y astutos comenzaron a someter a los otros, a quitarles sus partes y almacenarlas, ya que ellos no las necesitaban, a negarles sus derechos y sus esperanzas.
Pero entre los inquilinos se le coló el demonio. Y de lo que debía ser una casa habitada con armonía, se convirtió en un auténtico infierno, donde unos pocos despilfarraban y destrozaban, y otros no tenían ni derecho a acercarse a las basuras de los primeros. Unos que se apoderaron de un montón de habitaciones que no necesitaban, porque sólo podían habitar en una, y los otros apartados al rincón más pobre e insalubre de la casa. Unos que miraban con orgullo lo que habían acumulado, sin poder utilizarlo, pues no lo podían consumir, sin mirar para nada a los del rincón que les tendían las manos suplicantes. Unos que llevaban a sus hijos a los mejores colegios y disponían de los mejores medios para ellos, y no miraban a la gran cantidad de niños que nacían sin esperanza y morían sin haber vivido.
Dios, como dueño de la casa, miraba con dolor como el egoísmo y la indiferencia, el pecado, de unos, había destrozado ese proyecto maravilloso. Les grita, les avisa, que se van a quedar sin nada. Les manda enviados, emisarios suyos para que les advierta que por mucho que acaparen aquí, no se podrán llevar nada y se dejaran aquí su futuro de gloria y eternidad. Pero una y otra vez son ignorados.
Dios no se conforma y decide ser Él mismo el que se encargue de todo de un modo personal. Y se hace hombre, naciendo de una Mujer maravillosa, y llama junto a sí a todos los que aún tienen esperanza, los que no se han dado por vencidos ante el mal, los que valoran la pobreza como un don que les da Dios como su mayor valor, a los que creen y luchan por la justicia, a los que no asustan las persecuciones de los que siempre se han creído dueños de todos.
Y se inicia un tiempo de esperanza, un tiempo en el que se inicia la reconstrucción de la casa, un tiempo en que aquellos que han sido y son marginas de todos los medios son llamados como los preferidos del reino.
Un tiempo en el que los que oprimen y abusan, que en muchos casos se han escondido tras retratos de Dios como los más devotos, son desenmascarados, un tiempo en el que se ha vuelto a sembrar la semilla de la paz, la auténtica paz, la verdadera paz, que va a ir brotando lentamente, pero de un modo inexorable. Un tiempo en el que, a pesar de que los que se han dejado manejar por el pecado utilizarán todas las violencias imaginables, la paz, envuelta en el manto de la justicia, va creciendo lentamente. Lentamente porque sus raíces ya están tomando fuerza en los corazones justos y sensibles, para cuidar de ese árbol en que todos se puedan cobijar y sentirse realmente hermanos.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 20 de noviembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 23 de noviembre, Solemnidad de Cristo Rey

DOMINGO DE CRISTO REY

Recuerdo en una ocasión, hace años, en que el grupo de liturgia preparábamos la misa del domingo, precisamente en este Domingo de Cristo Rey. Yo les hablaba de lo distinto que es el reinado de Cristo, como su trono es la cruz, su reino entre los sufrientes y los necesitados, y como si queríamos alguna relación con él, sólo podríamos hacerlo desde la humildad, su misma humildad. Una del grupo, ya entrada en años, nos escuchaba muy atenta y dice: .-Pues yo, que tengo en mi salón un “Cristo Rey” tan hermoso, en su trono y con su manto rojo, ¿qué hago con él?-. Yo le digo que dejarlo donde está y seguir rezándole con mucha devoción. Pero ella me dice: .-Si lo dejaré donde está, pero la devoción con que le voy a rezar ya no va a ser la misma-.
El reinado de Cristo es distinto a todo lo que podamos imaginar. Es un reinado ajeno al poder, que no quiere saber nada de las riquezas, que rehuye la fama, que no se mueve en el ámbito de los poderosos, por lo que la autoridad no tiene que ser impuesta por ningún tipo de policía, ni es preciso que constantemente se estén redactando leyes y más leyes para posibilitar la convivencia de los ciudadanos.
Un reino que se basa en la alegría de la pobreza material, el no aferrarse a los bienes de la tierra porque son perecederos, y este reino es eterno, es un reino que perdurará, un reino que se centra en el corazón de las gentes, donde reina Cristo en toda su majestad, donde no hay poder que pueda destronarlo.
Porque ese trono lo ganó derramando su sangre por amor, entregando su vida por nuestros pecados. No por los más perfectos y maravillosos del mundo, sino por los más pequeños y pecadores.
Por eso nos pone condiciones para entrar en su reino, un reino de justicia y de amor sin límite. Nos exige ser consoladores del triste, auxiliadores del solo y del despojado por la injusticia, amparando al hambriento, al marginado, al que no cuenta para nadie, al que está privado de todos sus derechos. A estos los considera los preferidos de su reino.
Y descarta de ese reino a los poderosos, a los que se sienten por encima de los demás, a los que rezan a Dios e ignoran al hermano sufriente, a los que ven en el otro todos los defectos, pero ellos se ven el cúmulo de las perfecciones. Descarta de su reino a los que se ven sin pecado, a los que no miran en lo profundo de su corazón para arrancar sus miserias, sino que se pasan la vida juzgando los defectos de los demás.
Para Cristo los preferidos del reino son aquellos que la sociedad actual desprecia. Los que van por la vida sin nada en las manos, como no sea su propio corazón, ofreciéndoselo a todos con generosidad y alegría, los que siembran sonrisas y paz sin mirar razas ni clases sociales, los que no miran al hermano sino por eso precisamente, porque es su hermano.
Cristo-Rey en la cruz, con los brazos abiertos, con su título real sobre la cabeza, sin otro trono que aquel madero, sin otro manto real que su cuerpo desnudo, sin otro poder que su entrega ilimitada para que nosotros tengamos vida, y una vida que no puede limitar ni la propia muerte. Cristo-Rey pidiendo cuentas a todos aquellos que no han sido capaces de amar, que se han escondido en la miseria de su egoísmo, pero que, aún a ellos, Cristo no les cierra las puertas de su reino si vuelven a abrir sus al amor.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 13 de noviembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 16 de Noviembre

TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que, comiendo en casa de unos amigos, me dirijo a Guille, un joven que tiene unas manos de oro, como su corazón, a quien nada se le oscurece, todo lo sabe arreglar, y le digo: .-Te tenemos como el ungüento blanco, si a una abuela se le rompe el grifo a Guille, si a otro abuelo no le arranca el coche a Guille, si al otro no le va luz a Guille, si esta abuela tiene una gotera a Guille-. Él, moviendo el azúcar en su taza de café, me mira y sonriendo dice: .-No nos decís tú y Rafa que Dios nos va a pedir cuentas de los dones que nos ha prestado, pues ya está, yo quiero tener el saldo a mi favor-. Y se puso a tomar su café tranquilamente.
Y es cierto lo que decía Guille. El Señor nos da una inmensa cantidad de cualidades y de posibilidades, pero con condiciones. Todo eso será más nuestro en cuanto más lo pongamos al servicio de los demás, cuanta más alegría y más paz procuremos. Será más nuestro en cuanto más lo demos, en cuanto más nos demos, porque al fin y al cabo, nosotros mismos, somos un regalo de Dios, nuestra existencia es un préstamo que Dios nos hace para que demostremos aquello que somos capaces de hacer. Para que demostremos si queremos ser de la gente de Cristo, que no se reservó absolutamente nada para Él, que se dio de una forma total y definitiva. Por eso el darnos enteramente a los hermanos es ser un reflejo de Cristo, es ser un reflejo del amor que Dios ha depositado en nosotros para que le “saquemos rendimiento” en justicia y misericordia.
Sin embargo, tantas veces en que somos capaces de romper una relación por no ceder en nada, por no desprendernos de nada, por acaparar tanto los dones para nosotros, que luego se nos pudren en el alma sin dar beneficio a nadie, comenzando por nosotros mismos.
Hace dos veranos fui al aeropuerto a recoger a un amigo que está de misionero en Eritrea, con los más pobres entre los pobres. Llegamos a casa y abrí el portón para pasar el coche y lo cerré después, guardé el coche y cerré la cochera, llegamos a casa, abrí la celosía, pasamos y la cerré. Entonces me dice: .-Te das cuenta que llevas diez minutos abriendo y cerrando puertas. Yo allí no tengo cerradura, porque no tengo nada que proteger, si alguien toma algo de lo mío es porque lo necesita-.
No nos damos cuenta de que cuanto más acaparamos más pobres somos. No podemos encerrar los dones en una caja fuerte para que no nos los roben, enterrarlos en un hoyo. Debemos arriesgarnos a que “nos los cojan”, porque no son nuestros totalmente, son un préstamo, como dice Guille, y sólo nos darán rendimiento si los gastamos totalmente en los demás, aun a riesgo de que se nos vayan a donde no queremos, porque no nos despojan, sino que nos hacen ricos. La inmensa riqueza de quien se da totalmente al hermano, la gran fortuna de quien se gasta sin condiciones en hacer felices a los demás.
Entonces si que podremos llegar ante Ese que nos los ha prestado con las manos llenas, tan llenas como están las manos de quien todo lo ha dado por amor y poder decirle:
.-Señor, me diste inteligencia, la he invertido en enseñar a quien no sabía, me diste salud y la he invertido en trabajar por el hermano, me diste sensibilidad y la he invertido en consolar a aquellos que se sentían solos y abandonados. Aquí tienes tus intereses, lo que ha rendido tu préstamo-.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 7 de noviembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 9 de noviembre

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN
TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que teníamos problemas con la calefacción de la iglesia y sin un duro. Entonces se acordó una rifa en la que todos aportaron objetos. Se puso todo en la puerta de la iglesia y la gente colaboraba, hasta que llegó una señora, que no destacaba por su generosidad, y nos dijo: .-Sois mercaderes en el templo-. A lo que le respondió una señora: .-Vale, pero espero que a partir de ahora no te sigas poniendo pegando a los radiadores-.
Hoy celebramos la dedicación Basílica de Letrán, pero su nombre real es Archibasílica del Salvador, San Juan Bautista y San Juan Evangelista. Aunque se la conoce como San Juan de Letrán. La primera iglesia de la cristiandad.
Está en una finca que Nerón expropió a la familia Laterano, pasando a pertenecer al emperador. Siglos después, el emperador Constantino se la regaló al Papa y construyó esta basílica, la catedral de Roma, donde el Papa tiene su sede como Obispo de Roma, cabeza de la comunión de todos los hombres y mujeres de la Iglesia Católica. Aunque lo que nosotros más conocemos es la basílica de San Pedro, porque está la tumba del Príncipe de los Apóstoles.
Y es un momento importante para mirar lo que es pertenecer a la Iglesia Católica, fundada por el Señor el Jueves Santo y que inicia su ruta evangelizadora en Pentecostés, por los apóstoles y los que vivieron aquella primera experiencia de oír la palabra de Jesús de su labios, su invitación a ir por todo el mundo anunciado el mayor mensaje de esperanza que el ser humano puede recibir.
Pero para nosotros eso hay que concretarlo en nuestra Iglesia Diocesana, con nuestro Obispo a la cabeza. Y más concreto aún en nuestra parroquia, donde vivimos la fe y donde hacemos lo más importante que puede hacer un cristiano, que es celebrar la Eucaristía.
Vivir la fe en comunidad, compartir los sacramentos, y mirar juntos a Dios cara, a cara. El Evangelio de hoy nos habla de los mercaderes en el templo, y eso no falta, personas que quieren comprarle a Dios la vida eterna a fuerza de cosas, pero negándole lo más importante, ser comunidad. En este sitio rezan a este santo, allí se van a rezar otra cosa, en aquel sitio van a misa… Son los modernos mercaderes en el templo, porque no le quieren dar a su comunidad, a su parroquia todo aquello que tienen y pueden hacer. Aunque en el fondo lo que quieren es decirle a Dios como tiene que hacer las cosas.
Nuestra comunidad cristiana es nuestra parroquia, el sitio concreto donde Dios nos quiere unidos, donde podemos vivir unidos la fe, donde nos queremos a pesar de nuestros pecados, donde recibimos el perdón y lo damos a aquellos que nos ofenden. Es el abrazo de aquellos con los que nos cruzamos cada día, los que comparten la vida con nosotros y con los que llamamos a Dios Padre, compartiendo la más hermosa oración posible. Por eso el Señor nos quiere en nuestra comunidad, no zascandileando por todas partes, sino, a pesar de nuestros pecados, vivir juntos la alegría de ser cristianos.
Miramos la Basílica de Letrán, donde el Papa tiene su sede como primer Obispo y sucesor de San Pedro, que nos marca el camino de la fe. Pero esa fe tenemos que concretarla en nuestra Parroquia, donde rezamos, unidos a todos los católicos del mundo, el Credo, ese conjunto de verdades que son el cimiento de nuestra fe cristiana, que todos compartimos.

Santiago Rodrigo Ruiz

Voluntarios para la GRAN MISIÓN DIOCESANA

Desde nuestra Diócesis nos llega la solicitud de voluntarios para convertirse en discípulos-misioneros ... os dejamos la información que nos han remitido desde Getafe, y un par de enlaces donde podéis encontrar más información sobre la Gran Misión Diocesana. Para cualquier aclaración o para atender esta llamada podéis poneros en contacto con D. Santiago en el Despacho Parroquial.


Diócesis de Getafe

Congreso de Evangelización de la Gran Misión Diócesana

sábado, 1 de noviembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 2 de Noviembre

TRIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que una persona nos fue marcando las pautas sin dejar nada suelto. Entonces alguien le preguntó cual eran sus obligaciones. Muy ofendido respondió: .-Resulta que me esfuerzo en marcaros a todos vuestras obligaciones para que todo salga perfecto y me sales con esas. Te parece poca obligación deciros a todos lo que tenéis que hacer, desde luego no os merecéis que me moleste por vosotros-. Y se fue muy ofendido.
La historia está llena de personas que se han pasado la vida marcando las pautas de comportamiento a los demás, pero ellos nunca se sienten obligados para hacer nada, para que sus comportamientos se ajusten a una ética, a una moral común, la que predican.
A Jesús esta situación lo descomponía, lo sacaba de sus casillas, lo denunciaba con todas sus fuerzas, porque en Él no cabía esa doble vida, ese doble modo de vivir, marcándoles a los demás todas la leyes y todas las normas, pero ellos sin mover ni un dedo para cumplirlas.
Pero Jesús no dice que las normas sean malas, sino que son un medio de convivencia. Los mandamientos fortalecen a las personas, le facilitan la convivencia y le allanan el camino para una vida según Dios.
Por eso dice a la gente que no se desprecien por la vida indigna y pecaminosa de quienes los predican, que son buenos y facilitan la vida del alma, pero que recriminen la vida de los predicadores. Porque la tendencia es despreciar los mandamientos si la vida del predicador no se ajusta a lo que predican.
En la historia siempre ha sido una constante, descartar el mandato según la vida del predicador. En el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino lo deja claro: “Los sacramentos son la obra de Dios y no de quien los administra (Suma contra Gentiles, libro IV capítulo LXXVII)”.
Sin embargo la vida del que predica influye totalmente. Un sacerdote de vida indigna provoca el rechazo de su ministerio, aunque éste esté por encima de él.
Por eso tenemos que cuidar mucho nuestro ejemplo, nuestro estilo de vida influye  totalmente para que el mensaje y la persona de Cristo sea aceptada y creíble. Nadie puede convencer si no vive personalmente y con seriedad aquello que dice creer, lo que dice que lo mueve en su vivir.
Por eso los misioneros encandilan, no hay quien los critique y cuentan con la admiración y el respeto de todo el mundo, de los creyentes y de los no creyentes. Ese es nuestro reto, ser auténticos misioneros en nuestro ambiente. Gente que habla poco y vive con todas sus fuerzas el mensaje de Jesús. Que, a pesar de sus fallos y sus pecados, que reconoce constantemente, marca su existencia en la pobreza, la misericordia y la solidaridad con los hermanos, especialmente con los más necesitados.
El profeta asusta, porque su testimonio de vida nos descoloca a todos, no hace ver lo hipócrita que puede llegar a ser nuestra vida, lo cínico de nuestro comportamiento. Hablamos de Jesús a boca llena, rezamos con intensidad y reconocimiento, pero luego vivimos como un ateo normal, a veces peor que un ateo, porque en muchas ocasiones suelen ser más honestos y solidarios que nosotros, que nos confesamos creyentes.
Vamos a vivir según Cristo, transformar nuestra vida según el Evangelio de vida que recibimos. Y nuestro vivir será ejemplo y muestra para los no creyentes.

Santiago Rodrigo Ruiz

miércoles, 29 de octubre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del sábado 1 de Noviembre, Solemnidad de Todos los Santos

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

¿Qué es un santo? Os voy a contar una historia, que no por ser real es menos interesante.
Imaginaos una iglesia monumental, casi setecientos metros cuadrados, llena de gente a rebosar, en el exterior centenares de personas que no han podido entrar. Se está celebrando un funeral presidido por el obispo y concelebrado por más una docena de sacerdotes, todos los párrocos que han pasado por la parroquia en los últimos tiempos y otros sacerdotes amigos y de los pueblos cercanos.
En el centro un ataúd cubierto de flores, pero no de esos ramos artísticos de las floristerías, sino ramos hechos con las flores de las casas, se han cortado las de los jardines y macetas, ramos hechos con mucho amor.
En los primeros bancos la corporación municipal en pleno, que unas horas antes ha dedicado una calle a la persona fallecida. También están todos los niños del colegio, los maestros han pensado que la asistencia de los niños allí era necesaria, y que a pesar de ser tantos están en un impresionante silencio.
El párroco, con voz entrecortada va proclamando el evangelio de las bienaventuranzas. El obispo hace una glosa de la santidad de los pobres en el Espíritu, sus palabras retumban en las altas bóvedas del templo. Cuando llega el Padre Nuestro el canto se extiende desde el templo a la amplia explanada exterior.
Por fin termina el funeral, nadie recibe el pésame, no hay familiares, el ataúd es llevado en hombros por personas que se discuten el honor de hacerlo. Se llega al cementerio y es bajado a la fosa. Primero son los niños los que echan flores, y es tal la cantidad que se deposita sobre el féretro, que los albañiles tienen problemas para poder hacer la bóveda. Una mujer muy anciana grita: "Se nos ha ido lo más bueno de este pueblo...” Nadie responde, lágrimas en la mayoría de los ojos.
¿A qué importante personaje, que gran benefactor, que filántropo están enterrando? ¿Por qué tantos honores? ¿Por qué tal conmoción en el pueblo?
Es la hermana Constantina, sin duda la mujer más pobre del pueblo, pero todos los que la conocimos recibimos el bien a manos llenas, no sabía leer ni escribir, pero era la mujer más sabia que conocí, tenía ochenta y nueve años, pero rebosaba juventud. Cuando andaba por la calle apoyada en su garrota, los jóvenes paraban sus coches y se ofrecían a llevarla a su casa, ella no decía nada y con una enorme sonrisa le señalaban que siguiesen. Porque la hermana Constantina siempre sonreía. Cuando los niños se soltaban de la mano de sus madres para darle un beso, cuando las vecinas le sacaban una silla para que se sentase un poco a descansar, cuando los quintos del pueblo le pasaban la leña para el invierno, cuando el gerente de la cooperativa le traía el recibo de su cosecha, siempre aceite suficiente para todo el año. Porque la hermana Constantina tenía veinte olivas allá en la sierra, mientras pudo las cavó, cuando no pudo los vecinos se encargaron de cuidarlas. Ella nunca supo que sus olivos hubo que arrancarlos y plantarlos de nuevo, porque cada año todos los olivareros de pueblo aportaban de sus propias cosechas para que la hermana Constantina viviese de lo suyo. En sus últimos meses las monjas se la quisieron llevar a la residencia, pero no lo consentimos, era nuestra; nosotros la cuidamos hasta el último día, y aunque ya no se hacía, le llevamos el viático en procesión con velas y cánticos, porque la hermana Constantina quería sentir la campanilla y como se acercaba el Señor a su casa, “Ya viene, ya viene” decía a las personas que la acompañaban en su cuarto, a mi me temblaron las manos al darle la comunión. Murió en su cama, nosotros la amortajamos y nosotros la velamos.
Pero os estaréis preguntando quien era la hermana Constantina. Nació a principios del siglo veinte, se caso joven, tuvo un hijo y una hija y al poco tiempo se llevaron a su marido a la guerra, volvió inválido, enfermo, muriendo al poco y ella sacó su familia adelante. Su hijo, cuando comenzaba a aportar a la casa, murió de la enfermedad de los pobres, cualquier cosa, sin poder comprar los medicamentos.
Por fin su hija se casó y tuvo dos hijos varones. Un día el marido los abandonó y nunca más se supo de él. La hija cayó enferma, muriendo poco después y la hermana Constantina tuvo que volver a hacer de madre de sus nietos, a los que cuidó y educó exquisitamente, tanto como personas de bien, que como buenos cristianos.
Pero la hermana Constantina no había apurado aún el cáliz. El pequeño de sus nietos murió en un accidente de tráfico a los veinte años, el mayor se fue a trabajar a Palma de Mallorca y volvió enganchado en la droga. Me contaban como la hermana Constantina aguantaba horas de pie, llorando y rezando el rosario, mientras su nieto estaba en cualquier sitio con las consecuencias de una dosis. Un día vino la Guardia Civil a decirle que su nieto estaba en el depósito de cadáveres de un pueblo cercano. Allá se fue con unos cuantos amigos y allí lo dejó enterrado. Y la hermana Constantina volvió a su casa en la más absoluta soledad.
Pero no fue esta serie de desgracias lo que le hizo que el pueblo entero la quisiera entrañablemente. En todo caso hubiese despertado la compasión de las gentes.
La hermana Constantina fue siempre el ángel bueno de los pobres y de todo el que la necesitó. Nunca hubo un niño que se quedara sin un poco de leche, en aquellos años difíciles, porque ella, sin saber de donde, la sacaba. Sin estudios atendió, con mucho éxito, a todas las parturientas que no podían pagarse una asistencia, y nunca les faltó la “taza de buen caldo”. En aquellos años nunca se enterró a nadie sin ataúd, porque la hermana Constantina pedía de puerta en puerta, y si faltaba algo ya se encargaba ella de convencer al carpintero. Nunca le importó humillarse, suplicar, para conseguir una abrigo usado, de las casas de los ricos, donde ella lavaba la ropa, porque alguien estaba pasando frío. Sería una lista interminable. Cuanto frío, cuanta hambre, cuanta soledad quitó la hermana Constantina. A cuantas familias reconcilió, porque su palabra y su autoridad eran indiscutibles. En la semana de los quintos ella era la única que tenía acceso a la casa de los quintos, vetada a todo el mundo, claro menos a ella. Siempre les tenía un gran puchero de café caliente, porque los jodíos bebían mucho, les hacía la cena y se llevaba las cosas sucias para traerlas al día siguiente limpias y planchadas.
Pero y su parroquia. Era la sombra benefactora. Los purificadores y las albas usadas desaparecían para estar en su sitio perfectamente limpios, cuando ella no pudo se encargó de que alguien lo hiciera. Era un general ordenando a las mujeres del pueblo en la gran limpieza para la llegada cada año de la Virgen, no había telaraña alta ni suciedad que no se limpiara. Que bien me lo pasaba yo en cada visita que hacía el obispo, como le cantaba todas las verdades que yo no me atrevía a decirle, pero el obispo no se podía enfadar, porque había tanto cariño en aquella reprimenda que amonestaba sin ofender, casi sin molestar (cuando se enteró que al obispo le gustaban los bizcochos de limón, siempre le tenía preparada una caja que le daba a escondidas). En las campañas especiales, especialmente en la de Manos Unidas y las misiones, removía todo el pueblo y hacía que todos participaran. Recuerdo que en una de esas campañas se planta ante uno de los más ricos y le dice: .-Esto me das, agonías, venga y tira de cartera. Y después a una anciana como ella le dice: .- Tú dame sólo cinco duros que tu parte ya se la he sacado a este. Todos acabamos riendo porque ella era incapaz de ofender.
Sin embargo cuando ella echaba el resto era el día del Corpus Christi. Abría sus baúles y de su pobre ajuar sacaba las mejores piezas, bajo el paño que cubría el altar ponía las fotos de los suyos. Cuando todas las campanas se ponían tocar, anunciando que el Santísimo salía a la calle, la hermana Constantina se arrodillaba con una vela encendida en la mano (vela que curiosamente nunca se le apagaba por mucho viento que hiciese), al retirarse la custodia de “su altar” ella seguía al palio con su paso lento, apoyada en su garrota y con su vela encendida, sin cantar, en silencio, moviendo los labios en una, más que oración conversación, con el Señor que iba unos metros delante de ella y yo estoy seguro que le respondía en aquel diálogo íntimo.
En su larga vida convivió con muchos párrocos, y a todos nos quiso igual, éramos su cura, el que le daba el Cuerpo de Cristo, y para ella era lo máximo; a todos nos llenó de cariño y detalles y siempre asumió con alegría los cambios que se iban produciendo en su parroquia. Por eso el día de mi traslado le dije a mi sucesor: .- Lo siento, pero a ti no te ha tocado la hermana Constantina.
Amó siempre en silencio, nunca encontró un motivo para odiar a nadie. Sólo se le borraba la sonrisa cuando en la televisión (un viejo aparato que nunca consintió que le cambiásemos y que por no se qué extraño milagro funcionaba perfectamente) daban noticias sobre el mundo de las drogas y comentaba: .- Qué lástima, cuanta vida y cuanta alegría se llevan por delante-; pero sin odio, sólo con una inmensa tristeza.
Quiero terminar con una anécdota. En aquella tierra es costumbre decir una misa nueve días después del entierro, tras el cual las familias ofrecían un donativo a la parroquia. Tras la misa de los nueve días de la hermana Constantina pasaron un grupo de jóvenes y me preguntaron que debían dar; yo les dije que nada, pero que no quería que se ahorrasen el dinero y que a ella le hubiera gustado que ese dinero lo convirtiesen en aceite para la residencia de ancianos que había en un pueblo cercano. No se lo que pensaban dar los jóvenes del pueblo, pero las monjas necesitaron dos furgonetas para llevarse el aceite que los chicos y las chicas del pueblo trajeron a la iglesia. Y lo curioso es que me han dicho que eso se sigue repitiendo cada año, tras la misa de aniversario que nunca se ha dejado de celebrar y a la cual acuden con sus hijos y el aceite aquellos jóvenes que aquel día me preguntaron que donativo debían dar, desde el cielo, la hermana Constantina sigue haciendo el bien
Hace algunos años volví al pueblo, justo a un funeral, y aparqué el coche en la esquina de la calle de la hermana Constantina, y aquella improvisada placa de mármol ha sido cambiada por un azulejo con un retrato suyo en el que sigue sonriendo, la expresión me era familiar, al volver a casa me puse a rebuscar entre las viejas fotos y la encontré; era una foto en la que estaba rodeada de niños en una fiesta final de catequesis.
La ley canónica pide varios milagros explícitos para canonizar a alguien. Yo soy testigo de los de la hermana Constantina. Su presencia sembraba la paz donde llegaba, nunca hubo nada externo que le borrase la sonrisa y llenaba de calor el corazón de todos los que tuvimos la suerte de estar cerca de ella.

Santiago Rodrigo ruiz

viernes, 24 de octubre de 2014

MISAS DE DIFUNTOS DEL MES DE NOVIEMBRE

Relación de Días y calles por los que se va a aplicar la misa durante el mes de noviembre

Todas estas misas serán en la Iglesia Parroquial a las 19:00 horas.

PRIMERA SEMANA
* Lunes 3.- Barrios por cuyas calles se va a aplicar la misa por sus difuntos.
Urbanización la Ermita
La Sota
Puerta del sol
Los Nidos.
* Miércoles 5. Barrios por cuyas calles se va a aplicar la misa por sus difuntos.
Filadelfia
El Plantío
Residencial Alba
Las Brisas.

SEGUNDA SEMANA
Lunes 10.- Barrios por cuyas calles se va a aplicar la misa por sus difuntos.
Casco Antiguo
Las Vegas
El Olivar
        El Paraíso
Miércoles 12.- Barrios por cuyas calles se va a aplicar la misa por sus difuntos.
Los Cedros
Los Horizontes
El Valle
Polígono Industrial la Estación

TERCERA SEMANA
Lunes 17.- Barrios por cuyas calles se va a aplicar la misa por sus difuntos.
La Estación
Nuevos Horizontes
Puerta de Griñón.
Miércoles 19.- Barrios por cuyas calles se va aplicar la misa por sus difuntos.
Los Rosales
Huerta Vitorio
Las Laderas.

CUARTA SEMANA
Lunes 24.- Barrios por cuyas calles se va aplicar la misa por sus difuntos.
Nuevos Prados
Los Prados II
Las Villas.
Miércoles 26.- Barrios por cuyas calles se va aplicar la misa por sus difuntos.
Las Huertas
Cañada Real
Nuevo Griñón.

Esta relación de barrios esta sacada del plano oficial que nos ha facilitado gentilmente el Ayuntamiento

Cada día cualquiera podrá pedir que se rece por sus difuntos sea del barrio que sea. La relación anterior es simplemente para organizarnos.

jueves, 23 de octubre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 26 de octubre

TRIGÉSIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en casa de un amigo, que regañaba a sus hijos (una niña de ocho años, un niño de seis y dos gemelas de cuatro años) por su comportamiento, y comenzó a hacerles un listado de normas. En esto que se acercan las dos pequeñas, lo abrazan, le dan un beso y les dicen a sus hermanos: .-Vamonos a la pisci-. Los otros dos hicieron lo mismo, y se fueron. Su mujer y yo nos mondábamos de risa. Él muy serio dice: .-Esto si que ha sido un auténtico golpe de Estado-. Y se nos unió en la risa.
Dios, por medio de Moisés dio la ley a los judíos, los Diez Mandamientos. Esos mandamientos fueron creciendo y creciendo, hasta ser un peso agobiante. Pero Jesús los reduce a dos, para Él semejantes, amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, nada menos que como a uno mismo. Con lo que nosotros nos queremos, con el alto concepto que tenemos de nosotros mismos, el modo como nos cuidamos… Amar al prójimo como a nosotros mismos. No se anda con medias tintas, no hace adornos ni componendas, se mete en lo más hondo del sujeto y le exige un amor incondicional como eje de su existir.
Si nos damos cuenta, el hombre siempre ha querido controlarlo todo a fuerza de leyes y normas. Desde aquellos primeros códigos mesopotámicos, hasta los congresos y senado actuales, en los que tenemos un montón de diputados y senadores haciendo leyes sin parar. Leyes que cambian cuando entran los del otro partido cuando coge el poder, ya que no piensan en los ciudadanos, sino en imponer sus principios y sus ideologías de partido.
Leyes para comprar y para vender, para entrar y para salir, para subir y para bajar. Leyes y más leyes con las que se intenta domesticar al ciudadano y conducirlo por sus propios ideales, de forma de poder mantenerse en el poder.
Y aparece Jesús diciendo que la única ley, la única norma que nos hará plenamente felices, es el amor. El amor donado a cambio de nada, el amor regalado sin pedir contrapartida. El amor como Dios nos ama, que no nos necesita para nada y nada podemos añadir a su poder, pero que nos ama hasta el extremo de dar su vida por nosotros, morir en la cruz. Sólo porque el hombre podía perderse, podía quedarse fuera de la vida eterna, de la felicidad definitiva.
Dios no escatima su amor por nosotros, pero nos pone esa norma, esa única norma. Amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, nada menos que, como Él nos ha amado. Dando la vida por el hermano, pero de un modo especial por el que más sufre, por el que menos cuenta, por el más insignificante, que son ante Él los poseedores del Reino de los Cielos.
Amar a Dios amando al prójimo, llegando al amor de Dios por medio de nuestro amor al prójimo. Jesús no distingue entre estos dos mandamientos, los hace semejantes, imposible de existir separados. Siempre mezclados, siempre inseparables. Como decía el Apóstol, viendo que no se puede amar a Dios a quien no vemos y no amar al prójimo a quien vemos. Como nuestro amor profundo y sincero, amor solidario y comprometido al hermano, nos lleva de cabeza al corazón de Dios.
Parece complejo, pero es sencillísimo. Arranquemos de nuestro corazón todo odio, toda envidia, todo rencor, toda ambición; y sólo nos quedará amor. Porque nuestro corazón sólo se hizo para amar. Por eso cuando le arrancamos todas las capas que lo afean, sólo nos queda el amor más puro.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 16 de octubre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 19 de octubre

VIGÉSIMO NOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que una chica, muy comprometida en la parroquia, se presentó como candidata por un partido totalmente opuesto a lo que la Iglesia dice y predica. Cuando se lo hice ver me dijo muy tranquila: .-Yo se perfectamente dar a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar-. Claro la cosa fue imposible y tuvo que optar por una de las opciones.
Siempre que se ha querido mezclar la religión y la política nunca ha funcionado, son caminos muy distintos, pero no son indiferentes el uno al otro. La religión no se debe dedicar a organizar y gestionar la sociedad, pero si puede iluminar al dirigente para que tome el camino que más beneficie a los ciudadanos.
Aunque los políticos rara vez se han resignado a dejar la religión fuera, se sienten legitimados por la divinidad. Hasta hace poco las monedas ponían el nombre del dirigente con la leyenda “Por la gracia de Dios”. Es decir, ungidos y establecidos por el mismo Dios que justificaba su existencia y su hacer.
Pero, desde el principio de los tiempos, han pasado los imperios, las dinastías, los regímenes, y Dios sigue inmutable. Ellos quisieron domesticar a Dios, y Dios los superó, siempre dejó al descubierto sus maldades. Por eso siempre persiguieron a aquellos que, iluminados y enviados por Dios, denunciaban sus maldades, sus injusticias, sus atropellos. Pero conforme mataban a un profeta aparecía otro que ocupaba su lugar. A Dios nunca se le puede callar, siempre va a defender a sus criaturas, siempre va a estar de lado del justo, siempre va a echar en cara las maldades. Ellos en muchas ocasiones se sienten seguros y por encima de todo. No hace mucho, cuando yo le afeaba a un político una decisión de su partido, me contestaba con ironía: .-Para las elecciones esto está olvidado, y al fin y al cabo, a los católicos no os queda más remedio que votarnos-.
Como diría Santa Teresa de Jesús, “vivimos tiempos fuertes”, en los que los católicos no podemos dejar al “Cesar” que haga lo que quiera. Todo es de Dios, hasta el mismo Cesar, todo tiene que servir para establecer entre todos los hombres el Reino de Dios, que su amor y su justicia se establezcan, ya que son lo único que puede hacer al hombre feliz. El amor y la justicia divina, la que Cristo nos trae, la que se prolongará más allá de los tiempos, Es la única norma que puede eliminar las desigualdades en la tierra, esas diferencias de todos los tipos que tanto hacen sufrir.
No existen varios señores en el mundo. Él es el único Señor, porque parte dando su vida por amor, entrando en la muerte para destruir la muerte, dando la única norma que ha demostrado estar por encima de los tiempos y de las ideologías. Amarnos unos a otros, por encima de todo. Es la norma que nunca morirá, pero amando al estilo de Cristo, sin reservarnos nada para nosotros y recibiendo del hermano la totalidad del amor.
Siempre que la convivencia parte desde esta categoría, el bien está asegurado. Y cuando surge el pecado, que siempre surgirá porque el demonio no va a descansar, al perdón y la misericordia, el arrepentimiento y la reconciliación volverán las cosas a su cauce.
Siempre que el Cesar se deje iluminar por la luz amorosa de Dios, su motivo no será el poder, sino el servicio. Las ideologías se concentrarán en lo que tienen en común, en lo constructivo, lo que de una forma lenta pero inexorable hará del mundo una familia. La familia de los hijos de Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 9 de octubre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 12 de octubre

VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, en casa de un amigo en que su mujer estaba muy afanosa buscándose un vestido para una boda a la que habían sido invitados. Él le quitaba importancia hasta que ella le dijo: .-Si por ti fuera te presentarías en chándal a las bodas del Señor. Tú sigue así y te verás fuera, donde está el rechinar de dientes-.
Y es cierto. Dios, desde el principio de los tiempos, ha preparado para nosotros el festín, el banquete definitivo. Quiere que gocemos con él eternamente, en la dicha y en la felicidad definitiva y eterna. Y para ese banquete nos extiende la invitación, desde nuestra llegada a la vida, por la que nos indica su deseo de que estemos definitivamente con Él.
La respuesta ante esta invitación es muy variada. Muchos que desprecian, hasta con violencia, esta invitación. Se sienten dueños y señores, los que han de marcar el destino de los demás, los que llevan a la gente por su único camino, sin respetar ningún tipo de medio, por muy mezquino que sea, incluso violento, para no perder su poder, para mantener su hegemonía, sin pensar que se equivocan, ya que sólo desde la libertad se puede seguir a Cristo.
Otros se buscan otras alternativas, “otros banquetes” a su gusto, pero de una forma temporal y efímera. Para ese gozo no les importa traicionar ni negar sus promesas, sin pensar que eso que tienen se lo pueden arrebatar de las manos, se lo van a arrebatar de las manos y se van a quedar sin nada.
Otros se presentan al banquete de cualquier manera, “sin vestido de boda”, despreciando y ninguneando, tanto el banquete, como aquel que lo ha invitado. Como diciendo que eso que se nos ofrece no merece consideración ni respeto. Por eso se les expulsa, porque han roto la comunión, la fraternidad con todos los que han atendido la invitación y la valoran.
Dios nos quiere en su banquete, pero a su manera. Vestidos con nuestras mejores galas, las galas que Él nos regaló en el día de nuestro bautismo.
Las galas de la solidaridad, por las que ningún sufrimiento del hermano nos es ajeno, ninguna injusticia nos deja fuera y la sentimos en nuestra propia carne, ningún dolor infringido al hermano nos deja fuera, pues lo sentimos como si lo hubiésemos recibido nosotros mismos.
Las galas del perdón y la misericordia. Esas que hacen que el mal no triunfe nunca porque no le dejamos espacio en nuestro corazón. Las que convierten el rencor en comprensión y olvido. Las que nos hace tender siempre la mano de forma que nunca encontraremos en el prójimo un enemigo, sino un hermano.
Las galas de la alegría. Las que nos permiten comenzar cada mañana con ilusión, que nos permiten ver en cada hermano, en todo lo que nos rodea, la mano maravillosa de Dios que ha hecho este mundo para nuestra felicidad, una felicidad compartida, ya que así es más plena.
Vayamos al banquete de bodas del Señor. Acerquémonos a su mesa, comamos su cuerpo y su sangre, vestidos, adornados con esas galas que nos hacen recuperar la imagen y la semejanza divina. Gocemos en el banquete del Señor, en comunidad, en la comunidad de los que se acercan a Él habiendo lavado y blanqueado sus vidas en la sangre de Cristo. Dejando nuestro pecado perdido en su misericordia. Gocemos en esta vida del banquete de bodas del Cordero, ya que se prolonga por toda la eternidad.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 2 de octubre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 5 de octubre

VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, hace tiempo en que leía el caso de un crimen muy truculento de la primera mitad del siglo XX. Un hombre enamoró a una chica joven, rica heredera y huérfana. Con aquellas leyes el marido se convirtió en administrador de los bienes de su mujer, pero no se conformó, ya que no podía disponer de ellos y la mató. Durante el juicio lo único que dijo fue: .-Se veía tan fácil hacerme dueño de todo-. Se le condenó a algo que ahora, gracias a Dios, no se puede condenar a nadie, se quedó sin nada.
En toda la Historia de la Salvación se ha repetido lo mismo. A los profetas que no decían lo que la gente quería se les maltrataba y se les echaba fuera. No podían aceptar a Dios como el único Señor, lo veían como un opresor que imponía leyes, su palabra y sus enviados eran despreciados y considerados como enemigos de la comunidad. Las clases dirigentes se adjudicaban el derecho de tener la palabra exacta y expulsar a los que les contradecían.
Dios no pierde la paciencia, sigue esperando y les envía al Hijo, pero hacen lo mismo. Lo sacan de la ciudad y lo crucifican, sin ser conscientes de que con ese acto estaban dando cumplimiento al plan de Dios. Porque esa cruz en la que piensan que han solucionado su problema, nace un mundo nuevo, una nueva ley, un nuevo vivir.
Como en el evangelio de hoy, el Dueño de la viña viene y acaba con sus enemigos, el pecado y la muerte, y le entrega su Reino a otros, a otro pueblo que nace del Agua y del Espíritu, un pueblo que no se considera dueño de nada y que se sabe administrador de la “Viña del Señor” y que ha de dar el mayor fruto de amor y misericordia para todo el universo.
Sin embargo no dejan de salir asomos de intransigencia, de sentirse “dueños de la viña” y eliminar a los que se les oponen. Sin darse cuenta de que sólo se cogerán frutos si parten del amor, de la solidaridad y de la misericordia.
Vivimos en un mundo en el que la globalización es inmensa y rapidísima. Un mundo en el que todo aquel que osa oponerse al sistema del placer por el placer, del consumo por el consumo, cuando alguien se atreve a poner una voz discordante, es automáticamente fulminado, apartado de ese tejido social, “expulsado de la viña” eliminado socialmente. Un mundo ante el cual se someten todos, desde los políticos (como hemos visto recientemente), a los economistas. Incluso los que han de enseñar la verdad, la manipulan en su propio beneficio. Un mundo en el que parece que se han cerrado las puertas a la esperanza.
Sin embargo ocurren cosas que dejan a todo el mundo sin habla. Como la muerte de estos dos misioneros de ébola, por no querer abandonar a los suyos, dar su vida por los más pobres. O cuando la gente se va enterando de esos miles de españoles en el tercer mundo, ofreciendo, y muchas ocasiones perdiendo, su vida solo por amor, por amor al hombre y por amor a Cristo que es la fuente de ese amor. Gente que ama y comparte con los más desposeídos, los también expulsados de la viña, pero que son los auténticos propietarios.
Porque la “Viña del Señor”, el Reino de Dios, es, precisamente de los que no cuentan, los que no se conocen. Lo pobres, los marginados, los misericordiosos, lo que trabajan y luchan por la justicia, los que lloran… y todos los que los acompañan, todos los que comparten con ellos. A los que Dios entrega su reino y nadie se lo podrá arrebatar.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 25 de septiembre de 2014

Comenzamos el curso en la Parroquia (Catequesis)

Como todos los años por estas fechas queremos comunicar a todos los papás que el comienzo oficial del curso será el próximo día 5 de octubre (domingo) para los niños de segundo y tercero de Comunión y para todos los de Confirmación. Cada catequista se pondrá (si no se ha puesto ya) en contacto con vosotros para concretar más, aunque en general la cita será a las once de la mañana en el Centro Parroquial.
Los niños que hicieron su Primera Comunión en este año 2014 también están citados para quien quiera continuar con su formación de cara a la Confirmación.

Recordamos a los niños que este año comienzan segundo de Comunión que a partir de este curso la asistencia a misa es obligatoria, tanto para los que tienen su catequesis el domingo por la mañana (antes de la misa) como para los grupos de entre semana (en este caso los catequistas esperarán a los niños a la entrada de la Iglesia Parroquial desde 10 o 15 minutos antes del comienzo de la Misa de 12:30). Al acabar la misa NINGÚN NIÑO PODRÁ MARCHARSE SI NO VIENE UN ADULTO A RECOGERLO, rogamos a los adultos que recojan a los niños que lo hagan en el interior de la Iglesia (por favor, en silencio, no olvidemos donde estamos)  y que se dirijan al catequista y no a los niños, para evitar despistes.


Los niños que quieran comenzar este año su preparación para la Primera Comunión (nacidos en el 2007),  deberán entregar la ficha que figura al pie en los días 19 y 26 de septiembre y 3 de octubre en el Centro Parroquial, situado en la C/ Iglesia nº 1, entre las 17:00 y las 18:00 horas.
Para casos especiales (hermanos que quieran hacer la catequesis juntos, niños de mayor edad, etc) rogamos consultar con la Coordinadora de Catequesis, Inmaculada Agenjo en el teléfono 635179653 o bien en los días arriba indicados en el Centro Parroquial.






Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 28 de septiembre

VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, hace años, habíamos tenido albañiles en la parroquia, y toqué “generala” a toda la gente el sábado para colocar la iglesia para el domingo. Llegó la gente y un chico muy enfadado que se puso a trabajar. Al poco aparece la madre y le pregunta por su hermano y dice: .-Ya fastidia, el otro le ha echado un sermón a este, que no quería venir, y ahora es él el que no ha aparecido, me va a oír-. El otro estuvo toda la mañana enfadado pero trabajando a tope, al hermano “bueno” no lo vimos.
Hace poco veíamos como los políticos “buenos”, por sus intereses y por mantenerse en el poder, sin los más leves escrúpulos, echaban por tierra una ley que habían prometido, permitiendo y haciéndose cómplices, del asesinato de cientos de miles de niños inocentes cada año.
Que harto tiene que estar el Señor de tantos “buenos”, que rezan con los ojos en blanco, casi a punto de levitar, y luego actúan como el mayor de los paganos, o de los no creyentes. Tantas devociones, tantas misas, tantas pías reuniones y luego, en lo práctico, en lo cotidiano, una vida totalmente alejada de Dios. Pero convencidos de su bondad y mirando al resto por encima del hombro. Con qué pena tiene que mirar el Señor, aunque a Él no lo engañamos en ningún momento.
Imagino que el padre de la parábola ya conocía a sus hijos. Escucharía al primero con una triste sonrisa y al segundo con cariñoso reproche, pues sabía quien lo iba a obedecer y quien no.
Creo que es el momento de quitarnos esas caretas que a nadie engañan, de mostrarnos tal y como somos. Reconocer nuestro pecado, nuestra infidelidad a Cristo, ser sinceros y realistas con nosotros mismos, como ese retrato que se hace Antonio Machado:
“Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una… 
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.”
Porque la autenticidad de la persona no tiene precio. Ir por la vida sabiendo de nuestras virtudes y de nuestros pecados, reconociendo éstos y luchando por superarlos. De esta forma irán emergiendo esas virtudes que Dios puso en nosotros. Pero para eso nos hace falta la valentía suficiente de mirarnos el alma y vernos tal como somos.
Es tan absurda la postura de los dos hijos de la parábola. El cinismo del primero que promete lo que nunca tuvo pensado cumplir, la rebeldía estúpida del segundo que hace sufrir sabiendo que va a hacer lo correcto.
Es preciso escuchar nuestro corazón, pero en consonancia con el corazón de Cristo, y darnos cuenta que hacer lo que Él quiere es encontrar la felicidad de todos, la nuestra y la de los demás, mejor dicho, con los demás.
Que nuestra oración sea un diálogo real con Dios, sin formalismos ni estereotipos, una persona que habla con aquel a quien ama y de quien se sabe amado. Con realismo, a veces con crudo realismo, pero con autenticidad, que se nos note distintos porque vivimos según Cristo. Y si esto nos hace tener que dejar este estilo de vida, lo dejamos, porque de lo contrario estamos llamados al vacío, a ser, como dice el poeta, “tenores huecos”. Cuando estamos llamados a esa relación intima con Cristo, en sinceridad, plenitud y verdad.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 18 de septiembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 21 de septiembre

VIGÉSIMO QUINTO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que estábamos tomando café un domingo en el que se había proclamado el mismo evangelio de hoy, y una señora del grupo dice que Dios es injusto, porque si uno ha estado portándose bien toda la vida y otro se arrepiente y se convierte en el último momento, Él los “empareja” a los dos igual. Yo le dije si no había gozado toda la vida haciendo el bien, si no había gozado haciendo felices a los demás. Ella me dio que si, entonces le dije que ya había tenido aquí su paga, y lo que haya de hacer Dios, dejémoselo a Él. Otra señora la dijo: .-Hija, es que hasta a Dios le quieres llevar la contabilidad-. Y todos acabamos riendo.
Y creo que ese es nuestro error, porque queremos que los principios de Dios sean como los nuestros. Su concepto de la justicia sea como el nuestro, fulmine y olvide de una forma tajante a los pecadores, a los que nosotros vemos ajenos a nuestro modo de ser y pensar, que pasen a la lista de los reprobados sin esperanza.
Pero Dios no es como nosotros. Él espera siempre, hasta el último instante nos espera con los brazos abiertos, con su perdón y su misericordia preparados para acogernos, con alegría, sin resentimientos. Porque a Él se ha de volver con la confianza de ser acogidos en el amor, sin miedo al castigo, sin miedo a esa expulsión eterna. Volver con la pena de no haber amado más, de no haber construido más, de no haber sembrado más alegría y más fraternidad.
Porque quien convierte su vida en una entrega amorosa a Dios en los hermanos, quien hace de su vida un instrumento de paz y de dicha para el prójimo, quien ha transformado su existencia en un amor incondicional a los hermanos, no es que tenga que esperar el premio futuro, es que ya está gozando aquí de la vida de los bienaventurados porque ha hecho de su vida una presencia de Cristo.
Muchos le pasan factura a Dios por sus actos, pero es que en esos actos no ha habido amor, ha habido miedo al castigo. Es como antaño los de la hermandad de la ánimas se paseaban por las noches de los viernes del mes de octubre gritando: “Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuando”. Excitar el miedo al castigo eterno a esas llamas que no acaban, al infierno implacable, pero no a ese amor infinito que es capaz de mover el mundo.
Todos somos llamados a la “viña del Señor”. Los que llegan a primera hora disfrutan todo el día de compartir y vivir el plan de Dios, de gozar de su amor desde el primer instante, de construir junto a Él. Por ejemplo, a la misa del domingo no hay que ir sólo porque es un mandato de la Iglesia, sino a gozar de la presencia de Cristo, que en el altar desarrolla el mayor milagro de amor imaginable, porque voy a compartir el cuerpo de Cristo y su Palabra con todos los hermanos y ese es el mayor premio imaginable.
En una de mis parroquias anteriores había tres hermanos que por cuestiones de herencias se pelearon y uno de ellos rompió con los otros. Murió la madre y no apareció. Cuando estaba yo en la casa haciendo las oraciones para iniciar el entierro apareció el hermano, todo fueron lloros y abrazos y los tres abrazados iban tras el ataúd. Cuando salieron de la iglesia y se fueron al cementerio, una señora me dijo: .-Que pena que la madre no haya podido ver ese abrazo de sus hijos-. Le respondí: .-Que se cree usted eso, lo ha visto y bien visto-.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 11 de septiembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 14 de septiembre

VIGESIMO CUARTO DOMINGO, EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

Recuerdo en una ocasión, en una de las primeras Edades del Hombre, en Valladolid, dedicada a la imaginería, uno del grupo y yo nos quedamos parados ante uno de los maravillosos crucifijos que se exponían, y me dijo: .-¿Cómo seremos capaces de seguir pecando viendo un amor tan grande?-.
Y es cierto, si algo define a la cruz es el amor. Porque la cruz no la podemos mirar sin ver en ella a Cristo crucificado y en Él el amor más grande que podamos imaginar de Dios para con nosotros. La cruz es ese nudo que ata para siempre al hombre con Dios. Es el pecado y la misericordia juntos, es el triunfo de la vida ante la derrota definitiva de la muerte.
Pero a la cruz no le podemos quitar su dramatismo. Es el signo del tormento, del sufrimiento mayor que en aquel tiempo podían imaginar. En la cruz esta Cristo agonizando, desangrado, con la boca seca, con esa asfixia que cada momento se hace más fuerte e insoportable. En la cruz está Cristo desnudo, le han arrancado su dignidad, desnudez que para un judío es la mayor de las humillaciones. Una agonía que se prolonga durante horas. Una muerte injuriosa marcándosele como un criminal de la peor calaña. No, a la cruz no le podemos quitar su dramatismo.
Pero la cruz es también victoria, es un árbol de vida. Es la victoria sobre la muerte, porque el que está ahí colgado, el que muere en esa cruz va a romper la muerte para siempre con su Pascua. Ese instrumento de muerte será el inicio de la vida, ya que la vida allí clavada no termina para siempre, todo lo contrario, en esa cruz comienza a brotar la vida como un fruto maravilloso, opuesto al de aquel árbol en el que comenzó el pecado y la muerte. Es victoria contra el pecado, ya que esa sangre que ha corrido sobre ella, esa sangre que ha empapado el suelo, es el perdón más absoluto, la misericordia más perfecta. La cruz es victoria sobre todo lo que ha sometido al hombre.
La cruz es salvación para nosotros. Como dirá San Pablo, que nuestra vida y nuestra gloria es Cristo, y éste crucificado. Nuestra salvación empieza y está en esa cruz, la que Cristo abraza y nos invita a que le acompañemos con la nuestra, para que si la aceptamos y la asumimos se convierta en salvadora con la suya. La cruz de cada día, la que nos humaniza, la que hace que miremos al hermano como tal, la que nos lleva al perdón, el dado y el recibido. En la cruz se pronuncian las frases que plenifican nuestra esperanza: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Por eso siempre que queremos marcar un lugar o una situación lo hacemos con una cruz. Las cruces que gritan desde la parte más alta de nuestras iglesias, hasta las cruces que esperan la vida plena sobre nuestras tumbas. La cruz que colgada al cuello golpea nuestros corazones.
Por eso la cruz ha de ser exaltada, venerada y adorada. Y cuando miramos la cruz vacía es una proclamación solemne de la Pascua. Porque el que murió ya no está allí, ha resucitado. La cruz que hizo que los mártires supiesen que esta vida es sólo paso a esa vida que Cristo nos marca con los brazos abiertos en ella. La cruz que hace que tantas personas dejen sus casas y su gente y se vayan a gritar a Cristo muerto en la cruz y resucitado a todos los confines de la tierra, sin mirar en sus personas, sino en la alegría del mensaje que llevan. La cruz es signo y señal de paz, porque la paz es el fruto del amor y la justicia, que manan de la cruz como su manantial inagotable.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 4 de septiembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 7 de septiembre

VIGÉSIMO TERCER DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que uno se lamentaba y le afeaba a otro una faena que éste le había hecho. El otro agachó la cabeza y le pidió perdón. Esto exacerbó al primero que comenzó a decirle cosas y acusarle de de un montón de casos y detalles. El otro levantó la voz y le dijo: .-¡Basta ya! Porque al paso que vas voy a ser el culpable del terremoto de San Francisco-. Y se fue ofendido. Nosotros le dijimos al primero que con lo bien que había empezado y al final el que se fue ofendido fue el otro y él quedó como el agresor.
Cuando a una corrección le falta la fraternidad, la caridad, rápidamente se convierte en una agresión y al otro no le queda más remedio que defenderse, con lo que, no sólo se pierde la ocasión de arreglar las cosas, sino que el otro se va persuadido que el ofendido ha sido él y no ve la necesidad de enmendarse en su conducta, con lo que nosotros, por esa falta de caridad fraterna, hemos dejado las cosas peor que al principio.
Vivimos un momento en que la agresividad está a flor de piel, cuando a uno no se le someten los demás en sus decisiones y sus caprichos, por muy disparatados que sean, nos vemos agredidos y en la necesidad de defendernos del modo que consideremos necesario, sin pararnos a pensar si es proporcional o no. Viéndonos a nosotros mismos como el conjunto de las perfecciones. Algo que nos impide ver nuestros muchos defectos, la mejor medicina, la mejor escuela, para ser comprensivos con los defectos de los demás.
Es como esos militares que dicen que el mejor enemigo es el enemigo muerto, porque se elimina la posibilidad de que vuelva atacar. Sin darse cuenta de que no elimina a un enemigo, sino que justifica a los otros para que le ataquen a él de la misma manera.
Jesús no encuentra un pecado lo suficientemente grave para no ser perdonado. Es verdad que señala el pecado contra el Espíritu Santo, pero es que eso es cerrarse a toda posibilidad de perdón y misericordia, a encastillarse en la culpa para no aceptar la misericordia. Renunciar totalmente a la luz.
Pero el resto siempre es posible perdonar. Porque la misericordia es más poderosa que la culpa, porque la fraternidad siempre tiene como fruto el abrazo reconciliador. Cristo cargó con todos los pecados y con todas las ofensas, las hizo morir en la cruz para convertirlas en vida en la mañana de Pascua. Pero es que más grande que el pecado es el amor. La misericordia es constructora de vida, el perdón es el futuro fraterno en el amor.
Pero para eso hay que poner siempre a Cristo en el centro. Como el mediador, como el pacificador, como el único que nos une, que da sentido a la unidad en el amor. Si nos dejamos de llenar, de empapar, de su persona nos será cada día más fácil la fraternidad a la hora de corregir al hermano, a la hora de enmendar nuestros propios defectos, a la hora de mirar al otro no como el ofensor y el ofendido, sino como dos hermanos.
Mañana celebramos la Natividad de la Virgen María. En las letanías lauretanas y en la Salve la invocamos como Madre de Misericordia. Era preciso mucho amor, mucho perdón. Era preciso estar llena de Dios hasta lo incalculable, para aceptar como hijos, como hijos queridos a aquellos que estaban matando a su Hijo, al fruto de sus entrañas. Y ella es uno de nosotros, Dios nos ofrece los mismos instrumentos para convertir todo en esa caridad fraterna tan necesaria.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 29 de agosto de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 31 de agosto

VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que un joven quería conseguir una cosa. Y todo eran cábalas, todo eran pegas, ya que si cogía eso tendría que dejar otra cosa y venga, y venga darle vueltas. Hasta que uno del grupo, una persona mayor se levantó y le dijo: .-Chaval, nada es gratis en esta vida, todo tiene un precio. Quien algo quiere algo le cuesta. Hasta el Señor tuvo que morir en la cruz para salvarnos-. Y se fue a su casa.
Y es cierto, tenemos que aprender a perder para ganar, dejar de lado lo que no vale, aunque aparente valor y tomar lo que realmente tiene valor. Despreciar lo que tenemos y que nos va dejando vacíos, para tomar lo que nos enriquece, aunque nos conlleve una lucha y un esfuerzo.
Estamos haciendo un mundo muy triste en los países desarrollados. Los matrimonios tienen pocos hijos y, en la mayoría de las veces tarde, porque no quieren renunciar a los placeres que les proporciona el consumo. Matrimonios de hijos únicos que tienen un solo hijo, un niño que no tendrá nunca un primo con quien jugar.
Cada día aparecen más residencias de ancianos, que rápidamente se llenan porque el anciano ya no tiene un espacio en la familia, le “reduce” el nivel de vida y hay que dejarlos fuera, aunque aparentemente “bien aparcados”.
Tenemos que aprender a perder. Perder en consumo, en “goces y comodidades” para ganar en humanidad, en grandeza de espíritu. Tenemos que aprender a perder esa vida pendientes de nosotros mismos, ser “yo”, el objeto de todos mis intereses, para ganar la vida en común, para disfrutar la vida con los demás, en un gozar el compartir.
Buscamos el bienestar sin parar, pero nos está deshumanizando. Sin ser conscientes que las primeras víctimas de esa deshumanización seremos nosotros mismos. Cuando frenemos el placer de los que vienen detrás de nosotros, entonces tendremos ante nosotros esa soledad que “nos hemos estado preparando”, ya que hemos fabricado un mundo sin alma.
Cristo nos invita a ganar nuestra vida, una vida según Él, una vida entregada al hermano, y en esa entrega recuperada totalmente. Una vida que vale más que “ganar el mundo entero”, porque es una vida según Dios, una vida en la que la felicidad compartida por la vida dada, es la tónica constante.
Y para eso es preciso coger la cruz, nuestra cruz, nuestra realidad, con nuestras grandezas y nuestras miserias. Y con esa cruz acompañar a Cristo, para que como la suya se convierta en redentora, para que cómo la suya, se convierta en fuente de Vida.
La pasión, la entrega de la vida de un modo amoroso, a aquellos que sólo nos tienen a nosotros, a los cristianos, es el principio del goce de la vida eterna. El irse dando, el irse gastando en aras de un mundo mejor, de un mundo según Dios, es hacer un mundo más digno, un mundo más habitable, para nosotros mismos, que somos los primeros en beneficiarnos de ese coger la cruz e ir con Cristo. Es la vida más digna de ser vivida, porque es una vida vivida en libertad, la libertad absoluta de los hijos de Dios. La libertad que rompe esas cadenas del consumismo y del materialismo, esas cadenas invisibles pero que nos esclavizan más y más. Vivir la vida en Cristo y con Cristo, es llegar a la plenitud del goce, a la plenitud de la dicha, pues es el gozo que emana de Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 22 de agosto de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 24 de agosto

VIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que nos jugábamos una cosa muy importante, las posturas estaban muy igualadas y era algo fundamental decidirlo de forma definitiva. Uno del grupo decía una cosa, pero al poco decía la contraria, hasta que alguien muy enfadado le gritó: .-¡¿Pero tú, de qué parte estás?!-.
Vivimos tiempos en los que no podemos quedarnos en medias tintas, son momentos de tomar opciones claras y tajantes. Hay demasiados mártires, demasiadas personas que están siendo masacradas, asesinadas expulsadas de su casa y de su tierra, por su fidelidad a Cristo, para que nosotros nos andemos con medias tintas, para que intentemos conciliar posturas irreconciliables.
Estoy a favor de la vida, pero justificaría el aborto en circunstancias especiales. Estoy por la justicias social, pero siempre que a mi no se me toque esto que he conseguido con tanto esfuerzo, lo que me “he ganado con mis uñas”. Estoy por la paz y en contra de la violencia, pero creo que estas luchas están justificadas y aquellas no.
Cuando Pedro le da la respuesta a Jesús, corta de una forma tajante con lo que ha sido su historia y las tradiciones en las que se ha apoyado siempre, Jesús es la culminación de la historia, es el cumplimiento de las promesas, es el sentido total y definitivo de la “Alianza del Sinaí”. No hay que seguir esperando, no hay que interpretar más la Escritura. En Cristo se dan todos los caminos del hombre, de Cristo parte el futuro definitivo de las personas.
A partir de ahora se da un antes y un después. Todo el universo, toda la historia caminaba hacia Cristo y ese momento ha llegado. El hombre no tiene que esperar otra salvación que no sea la de Cristo, pues en Él Dios ha puesto la plenitud de los tiempos.
Por eso Jesús comienza a definir el papel de cada uno en la Historia, y comienza a distribuir la misión de cada uno para este tiempo que nos queda,
Y a Pedro y sus sucesores les da la tarea de marcar el camino seguro, el único camino para llegar a ese final de los tiempos en el que se dará el encuentro de cada uno con Dios. El encuentro de toda la comunidad unida con  su hacedor. Es el inicio de la Iglesia que peregrina al encuentro definitivo con su Señor. Es la misión de arrancar a los hombres, a todos los hombres, de las garras del pecado y de la muerte para ponerlos en la senda de la vida. Es la misión de encarar a todos a ese encuentro en el que la vida definitiva será una realidad para todos.
Se inicia el “tiempo de la Iglesia”, con el poder de atar y desatar, Un tiempo en el que el poder del infierno no podrá con ella. Un tiempo en el que en la “barca de Pedro” es el único lugar en el que el hombre está seguro, en donde se cumplen las esperanzas, en el que la vida, la auténtica vida es una realidad palpable.
Por eso vamos entendiendo la postura de los mártires, los de la historia y los actuales, de que no haya nada más importante que su vivir en Cristo. Que esta vida física en la que nos encontramos tenga menos valor que el futuro de vida definitivo que esperamos y se ha cumplido en Cristo.
No son tiempos de medias opciones, no son tiempos de “bañarnos y guardar la ropa”. Hoy hace falta un testimonio valiente de la opción por Cristo, la opción clara por sus mandatos, por su mandamiento de amor. Pero vivido como Iglesia en esa barca de Pedro, que aunque sea zarandeada por los avatares del momento no se hundirá por que es pilotada por Cristo.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 15 de agosto de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 17 de agosto

VIGÉSIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que hablábamos del cielo y del infierno de una forma un poco acalorada. Entonces hice referencia al chiste del genial Mingote, en el que se veía dos señoras muy de velo y misal, una le decía a la otra: “Al cielo, lo que se dice al cielo, vamos a ir los de siempre”. A lo que una señora del grupo me contestó: .-Pues claro que sí, eso podía faltar, que esté una toda la vida comportándose como Dios manda, para que luego se emparejen los centenos. Venga ya-.
Jesús somete a la mujer cananea a una gran tensión, pero ella aguanta y va respondiendo a Jesús con inteligencia hasta que se realiza el milagro. Supongo que en la primera parte del diálogo los judíos asentirían muy satisfechos, ya que ellos son los llamados a la eternidad y a vivir la promesa de Dios en exclusiva, pero se quedarían muy frustrados con el final de la discusión y el milagro de Jesús, que les decía que Dios es salvación para todos, Dios es vida y salud para todos, nadie lo tiene en exclusiva, sólo se pide la fe.
La respuesta de Jesús hace que nos planteemos el significado del nombre de “católicos”, es decir universales, sin fronteras ni límites, sin razas exclusivas, sin culturas concretas.
Pero por otro lado está también el tesón de la mujer que no se rinde, quiere que su hija se vea libre de ese mal que la atenaza, lucha por acabar con el dolor de su hija, y si para eso ha de plantarle cara al mismo Dios lo hace. No pide que se la ponga en el grupo de los elegidos, quiere ese gesto que vuelva la alegría y la paz a su hija. Ella cree que Jesús puede hacerlo y que no mirará quien es, sino su dolor. Por eso insiste y va poniendo su fe al descubierto.
Esto me hace recordar el tesón de los mártires. Constantes en el sufrimiento, y cuanto más agudos son los dolores, más se afirman en su fe. Podían haber terminado con ese sufrimiento, simplemente con renunciar a su fe en Cristo, apostatar. Pero ellos sentían, como eso que les quitaban valía menos que su fe, que sus principios, que renunciar les habría quitado el sentido de su existencia. Y se mantuvieron firmes en su fidelidad a Cristo, y en esa fidelidad encontraron aquello que tenían seguro, la gloria eterna.
Vivimos tempos en los que los cristianos, los que frecuentamos la Iglesia, los que podemos sentirnos dentro del “grupo de Dios”, cedemos con mucha, con muchísima facilidad ante cualquier tensión o ante cualquier problema. Falta esa fidelidad, esa valentía de manifestar de forma pública y explícita nuestra fe en Cristo, nuestra alegría de pertenecer a la Iglesia Católica. Nos falta el coraje para afrontar ese martirio, que si no es cruento, si es sociológico. De que nos digan que estamos fuera de los tiempos, que eso son cosas pasadas, que Cristo y su Iglesia ya nos tienen sentido.
Nos falta la constancia, el tesón de la mujer cananea para confesar que Dios es la felicidad plena, que él cuenta con nosotros y con ellos para hacer un mundo mejor, que la felicidad verdadera no puede ofrecértelos esta sociedad de gozos pasajeros. Demostrarlo con un estilo de vida distinto
Constancia y tesón, pues todos estamos invitados a la mesa, nadie debe coger las migajas del suelo, todos como hermanos. Y esto confesarlo con la valentía de quien se sabe con Cristo y la luz de su Espíritu, esa compañía, esa fuerza que nunca nos deja y que siempre nos empuja hacia Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz